La “Sultana de los Andes”, Riobamba, está asentada sobre el hermoso y ancho valle del río Chambo encerrado en majestuosas montañas entre las que sobresalen el Chimborazo, el sitio donde el dios Sol posa sus manos y que antiguamente atrajo a diferentes naciones que quisieron vivir en este paraíso que forjó la cultura Puhuhá, raza guerrera indómita que nos dio a Duchicela, quien en matrimonio con Toa, hija del conquistador Shiry XI, forjaron una nueva nación donde florecieron las artes y las ciencias, hasta que el invasor inca Huayna Cápac tomó por esposa a nuestra princesa Pacha, madre del emperador Atahualpa, quien dominó el Tahuantinsuyo hasta la llegada de los españoles ciegos de ambición por el oro que adornaba templos y vestimentas.
Pero la mágica nieve ecuatorial también adorna al nevado El Altar, cuyas cumbres, que superan los cinco mil metros, son apenas los rezagos de un gigantesco volcán que si tuviera su cono original sería el nevado más alto del planeta, sitio lleno de leyendas y tesoros escondidos que llaman a aventureros que hemos recorrido sus lagunas y desfiladeros hasta tener trozos de oro en nuestras manos que conducen a entradas secretas de cuevas gigantes donde se guardó el oro que los españoles nunca encontraron.
Todo matrimonio necesita una dama y esa es la Mama Tungurahua, esposa del Chimborazo, al que coquetea tiñendo su blancura con caliente ceniza señal de su fogosa pasión.
Riobamba, la ciudad cósmica que recibe las energías universales a través del Chimborazo, el punto más cercano al Sol, fue el primer paso de la Sierra a la Costa a través del tren de Eloy Alfaro que soñó avanzar hasta la Amazonía, que se contempla desde la cordillera de los Collanes, donde está el inmortal Condorazo, el último rey puruhá, que al ver a su hijo convertido en el Shiry XII no soportó su condición de vasallo de su primogénito y prefirió buscar el pico más alto desde donde contemplara sus orígenes selváticos y se inmoló vivo en la cumbre del nevado que lleva su nombre, y desde donde la verde llanura amazónica parece una sábana verde, que invitó a bajar a muchos que no quisieron unirse a los invasores Caras, y por estrechos cañones, por los mismos que subieron de la selva hace cientos de años, volvieron al calor húmedo y dulzón, formando en las estribaciones orientales, ciudades escondidas y aún no descubiertas, que esperan algún día contar la historia de cómo vivieron los seres humanos que habitaron el verde valle del río Chambo, enclavado entre Costa y Amazonía.