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El Telégrafo
María Cristina Bayas

Rincones oscuros

08 de junio de 2022

Los titulares de los diarios remarcan la tragedia de la inseguridad en Ecuador y buscan remedios que se relacionan con el tema, como aumentar el presupuesto designado para la seguridad. Pero ningún problema social podrá resolverse sin que antes se solucione la fisura del maltrato infantil.

 

Recordar la casa de la infancia, los olores, los eventos, nos hace ser quienes somos. Ninguna victoria que se experimenta en la vida adulta puede borrar los dolores de la niñez. El niño herido, cuando crece, convive en la familia que conforma, en las jornadas laborales, en las reuniones con amigos. Y repite, en tantas ocasiones y contextos, aquello que le provocó una grieta en el alma.

 

Pensando en los padres que se enfrentan a la inmensa tarea de educar y proteger a un niño, es acertada la reflexión del psiquiatra estadounidense Karl Menninger: ¨Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad¨.

 

Como efecto de cuidadores agresivos, negligentes y en ocasiones disfuncionales, salen al mundo adultos con vacíos tan profundos que no saben hacer otra cosa que causar dolor, o sentirlo a diario. Numerosos estudios como ¨Consecuencias de la violencia familiar experimentada directa e indirectamente en niños¨ de Martha Frías y José Gaxiola, reiteran que las víctimas de maltrato en la infancia pueden padecer ansiedad, depresión, adicciones, problemas escolares y conductas antisociales.

 

En Ecuador, según cifras de la encuesta “Situación de la Niñez y Adolescencia” de 2019, el 47% de los niños recibe maltrato por parte de sus padres. Esto quiere decir que casi la mitad de progenitores en el país no comprende el impacto que tendrán sus acciones, tanto en sus hijos, como en el mundo.

 

Es delirante atestiguar cómo en redes sociales algunos sacan pecho de que fueron educados a golpes, con gritos y castigos, insinuando que, de esa manera, forjaron su carácter. La cultura de la violencia y el autoritarismo seguirá provocando estragos que se reflejarán en la vida política, cultural y social.

 

Pensando en la inseguridad actual, en el crimen, en el narcotráfico, en las adicciones, en los problemas mentales y en todas las aflicciones humanas, nuestra única esperanza de cambio reside en quienes tienen en sus manos la formación y el desarrollo de otros. Otros a quienes, a pesar de su propia negligencia y traumas, tendrían el deber de amar y proteger.

 

Otros que son una hoja en blanco, con infinitas capacidades en potencia, a quienes podemos educar en el amor para iluminar los rincones más oscuros del mundo.

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