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El Telégrafo
Melania Mora Witt

Revolución y cultura

14 de junio de 2014

Cuba es siempre un referente, especialmente en el ámbito cultural. A partir de 1959 se vivió una eclosión de todas sus manifestaciones, partiendo de una rica tradición musical, literaria y plástica. Lo nuevo fue la democratización de la gestión cultural a través de la creación de entidades, como Casa de las Américas, el Ballet Nacional de Alicia Alonso, el Instituto Superior de Arte (ISA); el de Cine y Televisión -complementado con la creación de la Escuela de San Antonio de los Baños-, y otras iniciativas que permitieron el acceso de amplios sectores de la población a esos espacios.

El decidido apoyo a las actividades intelectuales y artísticas se mantuvo aún en los momentos de mayores dificultades. Fidel Castro visitó personalmente a la maestra Alicia Alonso para que potenciara su arte. En la Casa, Haydeé Santamaría ‘prohijó’ el nacimiento de la Nueva Trova; el cine conoció éxitos mundiales con muchas figuras y filmes como Memorias del subdesarrollo. Dramaturgos, actores y actrices adquirieron renombre internacional. Igual aconteció con literatos, pintores, músicos. Las editoriales pusieron en manos de los cubanos miles de obras de autores nacionales y extranjeros. Se vivió una fiesta de la creatividad intelectual. Aunque algunos abandonaron el país, sus mayores exponentes permanecieron -a veces críticamente- en la ‘Isla mágica’.

La Revolución Ciudadana inició sus gestiones con la creación del Ministerio de Cultura, bajo la conducción del poeta esmeraldeño Antonio Preciado. Se han dado pasos importantes que han conducido, sobre todo, al auge cinematográfico. Las ferias del libro han permitido, especialmente en Quito, la presencia de importantes intelectuales de todo el mundo. Una activa labor del Departamento de Cultura del municipio capitalino propició encuentros y festivales internacionales de carácter musical y literario. El rescate patrimonial avanza y la creación de la Universidad de las Artes en Guayaquil abre el camino a una potenciación del quehacer cultural en todas sus ramas.

Sin embargo, falta el marco institucional que permita al Estado cumplir su rol de facilitador de la creación cultural. Los proyectos -hasta ahora conocidos- de la Ley de Cultura, deben ser consensuados en forma inclusiva, respetando las idiosincrasias regionales y étnicas y robusteciendo entidades como la Casa de la Cultura.

Se impone su difusión y discusión, a fin de que la revolución en la cultura sea parte de la gran transformación que vivimos.

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