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El Telégrafo
Mariana Velasco

Reversión democrática

31 de mayo de 2023

Algo más de la mitad de los 195 países del mundo tienen hoy gobiernos democráticos, un récord en la historia humana. Toda democracia tiene sus claro- obscuros y en nuestra  América del Sur, el descalabro se produjo bajo la conducción de Hugo Chávez, Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua; en menor medida bajo Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia.

Las evidencias sugieren que la estrategia radicalizada produce un efecto secuencial y en cascada: los líderes adoptan un  discurso intransigente que moviliza a los votantes frustrados con la democracia; su éxito en las urnas  les asegura el control de las instituciones electorales  y los recursos fiscales , lo que permite ganar influencia sobre otras  entidades  como  la  función  Judicial y la burocracia, cuya acción o inacción resulta decisiva para silenciar a los medios de comunicación críticos y socavar a la oposición política.

El coctel explosivo de populismo, caudillismo y testaferrismo, cualquiera sea su génesis, es un peligro para la democracia porque en muchos casos, lleva a la confrontación de regímenes autoritarios, e interpretaciones que lo analizan como un movimiento de ruptura que democratiza los sistemas institucionales excluyentes. Quienes lo llevaron a la práctica se sintieron portadores de misiones míticas, tales como alcanzar la segunda independencia para forjar democracias que superen los vicios de una democracia liberal.

Sin duda, en esta trilogía concentran poder en el líder, interviene como si representara la voluntad popular y al limitar a los contrapoderes, devienen en regímenes híbridos. Son una nueva forma de autoritarismo que utiliza instrumentos democráticos como las elecciones y promover resultados no democráticos, al excluir a los rivales políticos, como lo vivido en Venezuela, Bolivia y Nicaragua.

Aunque cada caso es distinto, solo hay que mirar a Perú, Brasil, México, El Salvador, Colombia, Chile y Ecuador no es excepción; todos como en botica, exhiben muestras  de una cosecha- más agria que dulce- como resultado de la propagación de un tsunami  populista en las últimas décadas. Ese fenómeno - se puede entender más no justificar- en la evidente exasperación de la ciudadanía frente a la corrupción, causando estragos en los sistemas de partidos, debilitado a las instituciones necesarias para luchar contra la corrupción y canalizar las demandas sociales en forma pacífica.

Es esclarecedor pero inquieta lo que ocurre con la democracia ecuatoriana una vez terminado el mandato de la década. La oposición, por cuatro años ininterrumpidos intentó sacar de Carondelet, a quien años atrás, fungió como su vicepresidente  y cuando éste llegó a la presidencia, afirmaron sentirse traicionados. Esa misma oposición, durante los últimos dos años, pretendió domesticar a un gobierno de derecha, cuya lealtad a la democracia no es cuestionable.

Es una clara advertencia de lo que ocurre cuando los sistemas de partidos colapsan y los líderes asumen el poder con la promesa de acabar con la corrupción de la clase política. La ausencia de partidos políticos y la elección de líderes mesiánicos para extirpar la corrupción, no funcionó. Ecuador vive una reversión democrática, inestabilidad política y corrupción por toneladas, similar a la cocaína incautada en los últimos años.

En nuestro país, el aparecimiento y ascenso de outsiders, no es solo un signo infalible de un sistema de partidos aquejado por graves problemas de credibilidad, sino también un poderoso acelerador del proceso. En nuestra democracia el sistema de partidos erosionó y permitió que su debilidad convierta la construcción de mayorías legislativas y el ejercicio de gobierno en tareas extremadamente difíciles, como las vividas por Moreno y Lasso.

El resultado casi inevitable es la proliferación de demandas sociales insatisfechas y niveles crecientes de desafección política. La calle ha pretendido sustituir a las instituciones representativas como el escenario natural para transmitir demandas largamente reprimidas en busca de la mejora de los servicios públicos y la solución de las profundas desigualdades existentes.

La percepción ciudadana de que la clase gobernante no es más que una camarilla interesada en su propio bienestar y que debe ser cortada de raíz, es uno de los principales combustibles del populismo en Ecuador, América Latina y Estados Unidos. Para los populistas, los pesos y contrapesos que definen a una democracia son lujos prescindibles o distorsiones que impiden escuchar la voz del pueblo.

Es de valientes y comprometidos con la democracia, lanzar candidaturas a la presidencia de la República y para asambleístas para las elecciones del 20 de Agosto de este año, tras la aplicación de la figura constitucional de Muerte Cruzada. Ante esta nueva oportunidad democrática, la verdad debe imponerse para lograr  unidad nacional ; hay que desinflar egos y renunciamientos personales y fortalecer  la meta común, llamada Patria.

Si los líderes políticos y nuestra sociedad se toman en serio los graves problemas de inseguridad, desempleo y corrupción que nos aquejan, es prioritario romper el círculo vicioso para construir sólidas instituciones, partidos políticos, poderes judiciales independientes, autoridades electorales imparciales y fuertes protecciones legales para la libertad de prensa y el activismo cívico. Todo aquello contra lo que los’’ otros’’  arremeten sin tregua.

La experiencia latinoamericana sugiere que estos gobiernos intransigentes destruyen los derechos políticos y las libertades civiles de sus adversarios. Los intentos por renovar la democracia, con frecuencia, conducen a veladas formas de poder autocrático, convirtiéndose en una receta peligrosa para la democracia y para quienes en forma genuina se preocupan por luchar contra la corrupción, que se expande donde el poder carece de contrapesos. Ecuador necesita más Estado de derecho y siempre la verdad.

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