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El Telégrafo

Restrepo, amor

24 de octubre de 2011

La historia de esta familia binacional ha vuelto, otra vez, a conmover a la colectividad, ahora con el impresionante y desgarrador documental   “Con el corazón en Yambo” que se exhibe con tanto éxito en los cines del país.

El tiempo de proyección del filme no se siente y uno termina de verlo exhausto, abrumado por una mezcla de vergüenza nacional, de ternura sin límite, de rabia acumulada por el descaro, de rencor contra los culpables de la tragedia, pero, finalmente, nos sentimos atrapados por un sentimiento que es como un manto de amor.

Amor infinito entre los miembros de una familia lacerada; amor para la tierra que los cobija; amor para las anónimos ciudadanos que los acompañan en su demanda por encontrar los restos de los niños asesinados para darles sepultura junto a los restos de su madre, que tanto luchó por hallarlos.

Hay una digna sobriedad en el tratamiento del tema, a la par que mucha entereza y valentía cuando se trata de sindicar a presuntos culpables, desde los que impusieron una política de terrorismo de Estado hasta los que la ejecutaron con villanía y sevicia.

El amor condujo a María Fernanda Restrepo a lograr una obra de arte que se sustenta en testimonios auténticos, reales y objetivos.

El crimen existió, los delincuentes de guayabera, corbata y de uniforme actuaron a sus anchas, la impunidad campeó y la negligencia oficial y hasta ciudadana toleraron que se acumularan estos vicios.

Hablamos de vergüenza nacional, porque, en definitiva, por acción o por omisión, todos somos culpables de esta abominable impunidad.

El documental ya dejó su primera e importante secuela cuando el presidente Correa anuncia su disposición de que el caso se mantenga abierto porque es un crimen de lesa humanidad y no prescribe.

Pero, quizás, lo más importante es que el espectador, entre los que vimos a muchos jóvenes, reciban un baño de veracidad y una clase de historia para saber quiénes y cómo gobernaban a la época de la tragedia, que no termina ni terminará hasta que no se descubra dónde están los restos de esos niños. Hoy es un compromiso de la sociedad ecuatoriana en su conjunto, que debe permanecer latente hasta que se tenga el resultado demandado.                                 

Quizás encontrar a los culpables materiales sea menos probable por la dificultad de demostrarlo, pero los propios autores pueden hacer saber dónde están los restos, lo que no debería significar olvido. El amor, que en esa loable familia existe, puede llevar al perdón, pero jamás al olvido.

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