Varias encuestadoras coinciden en que el estado de ánimo de los ecuatorianos es malo en un 67%. Hasta mediados de junio, se registraron más 200 mil desafiliaciones al IESS, lo que significa más desempleo, menos seguridad social y pobreza. Cifras que inciden en la salud física y emocional de todos.
A esto se suma la corrupción, el caos y la descarnada pugna política de sectores que pretenden mantener poder y privilegios. Contienda que es visible en la disputa del CNE, a meses de una elección, con partidos sin candidatos y políticos sin partidos, con denuncias y allanamientos que van y vienen.
Esa realidad, de novela detectivesca, está profundamente distante de lo que vive el resto del país en su día a día. Pues mientras muchos intentamos salir a flote, proteger a los nuestros y obtener algo de ingresos; a la vez somos espectadores del paraíso de la impunidad, la injusticia y la violencia.
Puedo decir que hay dos clases de ciudadanos: los que con nuestro esfuerzo y sacrificio intentamos construir una sociedad menos desigual y con oportunidades. Y aquellos que gritan ¡viva la patria!, mientras se llenan los bolsillos, nos muestran sus lujos, yates, mansiones, hablan del pueblo, lo abrazan y besan. Estos últimos y sus testaferros son los chupasangre del Estado, adoradores del dinero, fanáticos de la ley del mínimo esfuerzo.
Sin embargo, he querido convencerme de que los buenos somos más, no queremos una sociedad perfecta sino justa. No queremos dádivas, sino espacios de trabajo, mejor educación, mejor sistema de salud. Nos esforzamos para pagar las cuentas, mantener empleos y darle a la gente algo de esperanza y fe en la humanidad.
Pero no podemos cambiar el país siguiendo la misma dirección, se hace necesario cambiar de rumbo y de líderes, aún es posible.
Para nosotros, gente de bien, que amamos el país, parafraseando a García Márquez diría: “ante la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida”. (O)