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El Telégrafo

Responsabilidad social

16 de junio de 2011

Es cada hombre quien, desde dentro de la situación en que se encuentre, ha de proyectar y decidir lo que va a hacer. Entre las diversas posibilidades que sea capaz de concebir, para salir de esa situación, es él quien ha de elegir. Entre los diversos proyectos de vida que forje como hacederos, es él también quien ha de preferir. El quehacer de cada acto y el quehacer de la vida es a cada hombre a quien incumbe. Las normas de comportamiento y de existencia, conforme a las cuales decidimos hacer nuestra vida, han de ser libremente aceptadas por cada uno de nosotros para que el acto y la vida sean morales. Para ello deben pasar, previamente, por el tribunal de nuestra conciencia moral, que las calificará como deberes. Solo cuando, de este modo, las hacemos nuestras e incluso nos las incorporamos por vía de hábito, puede decirse que nos hacemos responsables de ellas.

Ahora bien, el hombre es socio-culturalmente determinado en su conducta. En otras palabras, el ser humano es hecho por la sociedad en que vive y por el mundo histórico-cultural a que pertenece. La cultura nos abre un camino, pero, a la vez, nos encauza por él. La sociedad conforma la mentalidad de sus miembros. La sociedad suministra posibilidades intelectuales, económicas y morales a los individuos mejor situados dentro de ella, y niega oportunidades a muchos otros. La ética no se refiere entonces a la realidad, sino a la conciencia individual, y lo que importa es la intención y no el resultado. En concordancia con lo antes expuesto, el filósofo Max Weber presentó como equidistante de la ética, subjetivista e irreal, por un lado, y una cínica moral oportunista, atenta solamente al éxito y, cuando más, a los resultados, por el otro lado, la que él llamó “ética de la responsabilidad”.

Consecuentemente, debemos tener plena conciencia de que la ética necesita proponerse el logro de un elevado estándar moral objetivo; y, desde un punto de vista estrictamente social, esta meta, es decir, el hacer objetivamente mejores a los hombres, pasa a ser el fin de lo que, en un sentido muy determinado, cabe denominar ética social, la que así entendida operaría sobre los condicionamientos biológicos, síquicos, sociológicos, económicos y políticos de la moral, para conseguir eficazmente que los hombres lleguen a ser éticamente mejores. En conclusión, pienso que ha llegado el momento de hacernos, todos y cada uno de los ecuatorianos, un examen de conciencia que nos lleve a utilizar nuestra libertad para hacer el bien, obedeciendo las leyes y respetando el derecho ajeno. Dejemos de hacer lo que nos da la gana, tratemos de vivir en armonía con los demás conciudadanos y para ello se hace imperiosamente necesario, en primer lugar, cumplir con los deberes y responsabilidades sociales establecidos en el artículo 83 de la Constitución Política del Ecuador, mismo que recomiendo leer pausadamente, antes de ejercer y exigir nuestros derechos individuales.

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