Los calendarios cívico-históricos de nuestras ciudades, relacionados casi siempre con la fundación española, se enfrentan constantemente a las contradicciones propias de nuestra historia colonial, largo período en el que se expresaron tensiones culturales, sociales y económicas entre los blancos y las castas de indios y negros, tanto como grupos étnicos, cuanto en su condición de clases sociales contrapuestas. Por ello, desde los poderes locales, casi siempre se busca diluir la explicación histórica y desarrollar en su lugar rituales que vacíen los marcos referenciales y los contenidos de la memoria social.
En las celebraciones o conmemoraciones fundacionales el relato se construye cada vez menos con palabras escritas o habladas, y cada vez más con alegorías folclóricas puestas en escenas a escala, llenas de reinvenciones y de traslapes temporales, creando un caos representativo que tiene, sin embargo, la virtud de conmover, construir imágenes e impregnar sentidos y sentimientos a partir del uso de la música, el color y la fiesta. Huyendo de la historia social y cultural, los relatos desplegados en las calles, plazas y replicados en los medios de comunicación, se presentan como episodios discontinuos y disociados en los que aparecen representados y teatralizados hechos épicos de las ‘tribus’ reaccionando poco antes de ser vencidas por los europeos; y luego la rimbombante fundación española, signo de la conciliación en la que se diluye el mundo indígena, para dar paso a una sociedad que, aunque se diga mestiza, es mostrada como hermosamente blanqueada, próspera, mercantil y consensuada, con una vida cotidiana plagada de criollitos almidonados.
Las fiestas de Guayaquil, como las de otras ciudades de la Costa, son emotivas y poco cargadas de explicación histórica. Mucho bombo y poco análisis respecto de su proceso histórico. De ahí que en los ecuatorianos predomina un imaginario sobre el Guayaquil cacaotero, burgués y republicano que deja a oscuras las épocas prehispánica y colonial, sustanciales para comprender, tanto la imposición de la cultura occidental y el orden imperial, cuanto las formas de resistencia y, por lo tanto, la base social sobre la que se erige la posterior sociedad guayaquileña. Guayaquil festeja el día de Santiago, su patrono, como si fuera la fecha de fundación, debido a que en realidad la creación jurídica de la ciudad no coincidió temporalmente con el proceso de control del espacio y el asentamiento urbanístico del poder colonial, a causa de las tensiones entre los propios conquistadores y las posteriores disputas entre esas empresas privadas y la Corona. Pero además, y sobre todo, por la férrea resistencia de los huancavilcas y chonos.
Inducida, la débil memoria social olvida así, deliberadamente o inconscientemente, la historia de las sociedades prehispánicas y sus procesos de resistencia armada y política para adaptarse estratégicamente al nuevo mundo colonial, aunque para ello tuvieran que recrear su cultura, sacrificando en la negociación elementos formales y sustanciales, pero sin renunciar a la potestad de configurar fórmulas propias. La otra historia de Guayaquil debe ser entendida abordando, por ejemplo, las biografías de figuras referenciales, como la de los Tomalá, quienes, para mantener la reproducción social y cultural de los suyos y sus propias prebendas, desarrollaron finas estrategias mediante las cuales lograron que los dominadores bebieran de su propio jugo, reconociéndolos con un escudo de armas, entregándoles el control de las salinas e incluso aceptando alguna vez que la deuda del tributo recogido entre las parcialidades fuera pagada en bonos papeles. Aunque estos logros coyunturales no lograron quebrar la dominación de quienes institucionalizaron al final su poder después de la independencia, los indios de la Costa continuaron vivos. Si no, pregunte usted quiénes son en Guayaquil los Tomalá. (O)