Nacimos a la historia independiente como una “República sin ciudadanos”. Gracias a las exigencias contempladas en la Constitución de 1830, el Estado ecuatoriano nació como una República de mentirijillas. De los quinientos mil habitantes que tenía el país en sus inicios, cuando más un cinco por ciento podía aspirar a la ciudadanía, puesto que reunía las exigencias constitucionales de ser mayor de edad, saber leer y escribir, tener una profesión liberal o ser propietario.
De todos modos, por acaso pudiera infiltrarse en el sistema algún signo de cambio político o renovación social, los poderes oligárquicos crearon el sistema legislativo bicameral, con una Cámara de Diputados a la que debía ir la juventud y una Cámara del Senado integrada por gentes de mayor edad. Si algo que oliera a renovación era aprobado por los diputados, prontamente era frenado por los senadores, que actuaban como un implacable Consejo de Ancianos conservadores del sistema.
Eso se vio en 1894, cuando el Senado, liderado por un senador y famoso político conservador, el padre Julio María Matovelle, descalificó al senador electo de la provincia de Esmeraldas, el liberal doctor Felicísimo López, acusándolo de estar excomulgado por el obispo de Portoviejo, Pedro Schumacher.
Vista esa realidad política, se entiende que los únicos cambios sociales habidos en el Estado ecuatoriano de los siglos XIX y XX hayan sido producidos durante revoluciones populares o bajo gobiernos militares antioligárquicos. Así ocurrió con la manumisión de los esclavos y la eliminación del tributo de indios, efectuados por los gobiernos de la Revolución Marcista. Así, también, con la laicización del Estado, la creación de la educación pública, laica y gratuita, la implantación del matrimonio civil y el divorcio, y la nacionalización de los bienes de manos muertas, efectuados en los gobiernos de la Revolución Liberal. Así mismo, con la creación del Banco Central y los organismos estatales de control, herencia mayor de la Revolución Juliana. Y con la expedición del Código del Trabajo, legado de la
dictadura del general Alberto Enríquez Gallo.
Frente a esto, ¿cuál ha sido el legado principal del civilismo oligárquico? En resumen, está constituido por el atraso y la dependencia del país, la marginación política y social de las mayorías, las masacres periódicas de trabajadores y gentes rebeldes, la sucretización, la dolarización y el saqueo bancario.
¿Es esta la “democracia representativa” que añoran algunos vivos y otros despistados?