En las últimas décadas nuestro país ha vivido inmerso en etapas que, por lo general, culminan en levantamientos indígenas. Cada fin de ciclo ha significado el inicio de nuevos momentos; en ciertos casos vimos el rompimiento del orden constitucional; en otros, como en la última asonada, brotes de violencia condenable.
Lo cierto es que casi siempre hemos terminado más polarizados, en lugar de buscar consensos sobre cómo salir adelante. La clase política solo ha buscado oponentes y la sociedad en general ha terminado de espectadora.
Hay una verdad incómoda para todos detrás de nuestra historia recurrente: La radicalización de posturas en Ecuador se debe a la inequidad, la cual persiste, a pesar de que combatirla ha sido la bandera predilecta de lucha para todos los partidos y tendencias. En gran parte, han fallado en sus intentos por una razón fundamental, la cual es el no saber colaborar con quienes piensan distinto o son diferentes.
Ese aislamiento se ha traducido en obviar lo existente y pensar en nuevos proyectos emblemáticos como opciones de generación de riqueza, haciendo de la creación o cambio de matrices productivas el método de predilección. Su tónica, busca y percibe al ecuatoriano promedio, únicamente, como mano de obra calificada.
El enfoque del sector privado no dista de lo anterior, las empresas -en su gran mayoría- buscan crecer únicamente dentro de sus líneas de negocio, considerando la generación de empleo como su principal deber y contribución. Ese modelo, independientemente de qué tendencia lo lidere, ha fallado: el país requiere un nuevo rumbo y la colaboración entre actores sociales de toda índole es clave.
Ha llegado la hora de hacer que el nuevo mega-proyecto no se trate de nuevos sistemas productivos, sino confiar en la verdadera joya de Ecuador: su capital humano, y mediante él desarrollar la matriz existente. El camino a futuro debe ser la inversión de conocimiento y recursos para apoyar a los emprendedores y pymes del país. (O) et