La izquierda criolla se vio reducida a ocupar instancias de representación formal, en la última etapa del retorno democrático ecuatoriano. Sus estructuras han respondido a la avidez electorera. Sus cúpulas han gozado de los privilegios de la denominada partidocracia. En tanto, la acuciante realidad nacional -en donde las desigualdades se profundizaron- ha estado desatendida de la aspiración de cambio, en la óptica de un modelo de sociedad diferente: más humano y sensible a la alteridad.
Esa falta de respuesta coherente y notoria ambición fue mermando en su aceptación en los diversos estratos sociales. La izquierda estuvo por largo rato, huérfana de apoyo ciudadano, alejada de una convergencia con otros sectores afines. Incluso, en la práctica, pactaba con actores históricamente contradictorios (derecha, populismo).
Con lo dicho, nuestra izquierda tiene en este momento una brillante oportunidad de reivindicación de sus postulados, de oxigenación de su ideario, más aún cuando en Latinoamérica se desarrollan propuestas progresistas que marcan la diferencia en el quehacer político. En Venezuela, Bolivia, Brasil, Uruguay, Paraguay, Nicaragua, se propugna un remozado concepto de izquierda, sin desconocer al marxismo como instrumento de interpretación dialéctica de la realidad circundante ni renegar del legado cubano y, con una mirada reflexiva ante la era post-soviética, tras la caída del Muro de Berlín (1989). Son las izquierdas del siglo XXI, cada una con marcadas identidades, realidades geográficas diferentes, escenarios sociales cambiantes, lapsos históricos determinados y corrientes propias (teología de la liberación, bolivarianismo). Desde tal dimensión ideológica, el Ecuador también se suma a esta especie de vorágine de transformación económica y política, en pro de la igualdad social, a partir de una propuesta gubernativa de avanzada.
La renovación de la izquierda, parte del cabal entendimiento de los cambios sustanciales que deben ejecutarse en las estructuras socio-económicas, para el efecto, es imperativo diseñar un modelo económico alternativo, en donde prevalezcan los principios de solidaridad, justicia y equidad, ahondando en un ejercicio democrático participativo e incluyente, propendiendo a la descentralización del poder y, rescatando los preceptos de ética, autodeterminación, soberanía, integración regional y diversidad étnico-cultural. Rasgos distintivos en toda tarea socialista.