Las complejas relaciones entre religión y política han permanecido por demasiado tiempo como para que el laicismo haya cumplido con su finalidad, esto es separar la religión de la política. Como caballo de batalla de la modernidad, los pensadores y movimientos políticos lucharon denodadamente en occidente por lograr la secularización de la política y una separación más o menos amigable entre Iglesia/Estado.
Las grandes críticas de la religión realizadas por Marx y Nietzsche, las cuales proclamaron a “la religión opio del pueblo” y “la muerte de dios” respectivamente, no acabaron con la religión sino que provocaron más bien nuevas formas más sutiles de posicionamiento de lo sagrado: la patria, el líder, el mercado, el partido, la revolución.
No obstante, la religión sigue sirviendo los intereses de la política, y viceversa, la política suele apuntalar en ciertas coyunturas las agendas frecuentemente conservadoras de la Iglesia. En regímenes totalitarios o al menos dictatoriales, se formó lo que ha sido denominado “religión-sucedáneo”, formas de reemplazar la cohesión religiosa a través de una política con características cuasi-religiosas. De igual forma, puede operar lo que Juan Linz ha llamado “ideología-sucedáneo”, es decir una religión profundamente politizada.
Sin embargo, la religión y la Iglesia han defendido no solo los intereses del statu quo. En América Latina desde la década de los sesenta y setenta del siglo pasado se pudo presenciar una iglesia “de base” de lado de lo popular, con una vocación fuertemente social que inspiró numerosos movimientos político-religiosos de renovación ideológica y política. Pero las jerarquías eclesiales generalmente se mantenían en la defensa de proyectos elitistas y conservadores.
Hoy parece que todo esto tiene un cierto giro, observamos una renovación del discurso y de prácticas desde la cúspide de la jerarquía de la Iglesia Católica, religión dominante en nuestro país y subcontinente. La visita en estos días del jefe máximo de la Iglesia Católica, el papa Francisco, por primera vez en la historia un pontífice de origen latinoamericano, reposiciona las relaciones entre religión y política en nuestro medio.
El momento en que ocurre la visita es especialmente difícil: un convulso ambiente social y político por las protestas de las diversas oposiciones; un discurso del régimen afincado en la redistribución de la riqueza para debatir los recientes proyectos de ley de herencias y plusvalía; una encíclica en defensa del ambiente en cuya elaboración participó el propio mandatario ecuatoriano.
Los ‘aprovechamientos’ de la política en la agenda religiosa se visibilizan sobre todo en una feligresía que va a renovar su culto, su fe y sus prácticas que cada vez están más venidas a menos entre practicantes y creyentes. (O)