El gran espacio cultural europeo hizo florecer de distintas maneras el cristianismo y las instituciones que a su modo y por su cuenta interpretaron las Escrituras, en medio de relaciones de poder. La bifurcación más evidente fue la que se abrió entre el catolicismo y el protestantismo.
El protestantismo promovió una relación individualista con Dios, sin la intermediación del sacerdote; a diferencia del catolicismo, que creyó en una relación colectiva con el Señor, mediada por la Iglesia.
Las posturas distintas asumidas por una corriente del protestantismo y el catolicismo adquirieron funcionalidades y espíritus diferentes en la sociedad, en la era del capitalismo mundial; la una movida por el lucro; y la otra, guiada en parte, por una especie de humanismo romántico.
Como es conocido, a Max Weber le llamó la atención las diferencias culturales y económicas entre comunidades católicas y protestantes y propuso la tesis de que la mayor acumulación de riquezas estaba ligada a una especie de espíritu capitalista encarnado en el calvinismo.
Algunas vertientes del protestantismo creen que Dios ya escogió a unos y condenó a otros y que frente a esa realidad solo queda el trabajo como acto religioso para agradar al Señor y fortalecer la fe para autoconvencerse de que forman parte de los que se salvarán.
En las sociedades latinoamericanas, sobre todo en su pueblo, no se asimiló la ética protestante y el espíritu del capitalismo, y predomina el catolicismo, aunque en realidad esta religión ha sido convertida en religiosidad cristiana, humanista y popular, cuyos rasgos predominantes son la solidaridad, la fiesta, la alegría, el barroco y el color.
El humanismo cristiano tiene un largo recorrido y está íntimamente ligado a una corriente de vieja data que se inspira en los mensajes y prácticas del Cristo histórico y terrenal.
Ese humanismo cristiano tuvo un momento de gran conciencia, que se produjo cuando algunos frailes, como Bartolomé de las Casas, el Obispo de Chiapas (uno de los estados de México), se enfrentaron a lo inhumano, al intento de naturalizar el genocidio de millones de indígenas y al nacimiento del racismo moderno, y generaron un pensamiento que condenaba la barbarie, la diferencia y la exclusión.
Don Bartolomé de Las Casas (1474-1566) criticaba la mentalidad que movía desde entonces a muchos hombres, desafiando los principios religiosos y sociales del cristianismo, quienes actuaban guiados por la codicia “solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días y subir a estados muy altos”.
Así, mientras el protestantismo abría sus alas y una parte de este dio sentido religioso a formas de acumulación capitalista, el humanismo y su principio de respeto a la vida desataba una progresiva catarsis en una de las alas de la Iglesia católica hispana del siglo XVI, conmovida por la pregunta fundamental de si los de aquí y los de allá eran por igual humanos, y si la codicia pertenecía al reino del mal. (O)