La integración es el camino que deben recorrer los países de esta parte de mundo para fortalecerse en conjunto y enfrentar de mejor manera los retos cada vez más difíciles que se presentan. En general, las noticias sobre la integración deben llamar la atención, más aún si se trata de redoblar esfuerzos para concretarla, propósito imposible de cumplir sin una decidida voluntad política de los gobernantes de turno, quienes deben trabajar por los objetivos de la integración como política de Estado, sin sesgos ideológicos ni políticos. La reciente noticia que circula sobre las posiciones de los gobiernos de Argentina y Brasil para relanzar el proyecto UNASUR de inicio es interesante y auspiciosa, por lo que vale la pena revisar algunos temas relacionados con esta novedad.
Los procesos de integración sirven para trabajar por intereses en común en la idea de elevar la calidad de vida de los pueblos de los estados participantes. Ante la evidencia de que algunos problemas complejos rebasan la capacidad de respuesta del Estado nacional, la vinculación en procesos de integración permite lograr respuestas más efectivas; este tipo de dinámica internacional también sirve para reforzar las labores que los estados ejecutan en sectores muy importantes relacionados con el adelanto social, estabilidad y el crecimiento económico como vía para generar más producción y trabajo.
Un esquema de integración integral -del tipo comunitario supranacional- como el de la Comunidad Andina (CAN) en Sudamérica presenta importantes avances apreciables en lo económico, social, institucional y jurídico. Después de la Unión Europea es el proceso más avanzado del mundo. Otro proceso del cono sur es el del MERCOSUR. También se desarrollan a la par en esta zona otros proyectos diferentes por sus objetivos centrales como por sus dinámicas para concretarlos, así: ALADI, SELA, ALBA-TCP, PROSUR, Alianza del Pacífico, CELAC.
De vuelta a la UNASUR, cabe recordar que ésta surgió con la firma del tratado constitutivo en 2008, que entró en vigencia en 2011. Se sumaron doce países al proceso, pero entre 2018 y 2020 siete de los miembros denunciaron el instrumento fundacional de la organización, estos son: Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Paraguay y Uruguay; se mantuvieron como miembros plenos Bolivia, Guayana, Perú, Surinam y Venezuela. Un objetivo central era construir gobernanza regional adecuada a nuestra realidad y necesidades, y formar un bloque regional cohesionado -andino pacífico y del cono sur atlántico-, con el fin de relacionarse eficazmente con el resto de países. También se planteaba cuidar y fortalecer la democracia y el Estado de Derecho. Pero el proceso no contó con una fuerte institucionalidad, ni tampoco funcionó la dinámica del consenso para la toma de decisiones. Además, prácticas políticas de varios gobiernos de esa época cayeron en despreciable autoritarismo, desviación de poder y violación de la juridicidad.
Hasta el presente el Tratado de la UNASUR prevé la convergencia de la Comunidad Andina y el Mercosur, con todo su acervo, es decir, con sus avances, mecanismos y tareas pendientes, lo que a todas luces quiere decir que la UNASUR no puede convertirse en un proceso que haga a la región retroceder o desandar en materia de integración, sino todo lo contrario. Esto significa que la UNASUR al menos se nutriría de la dinámica institucional y jurídica del CAN, más todos los logros económicos y de comercio alcanzados por la CAN y el Mercosur.
En la época del apogeo de los gobiernos del socialismo del siglo XXI hubo mucho ruido y pocas nueces en materia de integración, se hablaba de profundizar la integración, pero al mismo tiempo, de consolidar el poder soberano de los estados, también de sustituir la lógica de libre mercado por la de la cooperación, contrasentidos evidente ambos, porque la integración implica precisamente una manera de ejercer soberanía en conjunto sobre materias o ámbitos específicos y también superar la dinámica de la cooperación internacional, de hecho, la integración no desconoce sino que presupone la coordinación y la cooperación, pero es mucho más que las dos juntas.
Recuerdo que en esa época de lanzamiento del proyecto UNASUR una periodista de la cadena Telesur -que luego se volvió rabiosa política activa-, me entrevistó sobre el tema. Mi análisis fue directo y claro al sostener que el proyecto adolecía de gruesas fallas de diseño, por lo que el mismo sería un fracaso. No estaba equivocado, pero mis respuestas la incomodaron. Obviamente, mi opinión fue censurada, no mereció ser difundida por ese medio de comunicación. Hoy, si los gobiernos del América del Sur deciden relanzar el proyecto, los paupérrimos resultados obtenidos en el primer intento deben ser superados con creces, para así avanzar en la vía del progreso y del adelanto. Para que esto suceda es ineludible reformar el tratado constitutivo de la UNASUR, revisar y cambiar aspectos institucionales, de funcionamiento, régimen jurídico, sus pilares centrales y agendas de trabajo, de tal forma que sirva como verdadero dispositivo potenciador de lo logrado hasta ahora en materia de integración. Integrarnos es el camino, con impulso político permanente, pragmatismo y cumplimiento de las obligaciones asumidas.