Santo Tomás Moro decía que serán “felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse”. Nosotros decimos que serán tristes aquellos que solo pasan tarareando pasillos...
La famosa actriz Audrey Hepburn decía que a las personas que más amaba eran aquellas que le hacían reír. Creía profundamente en que reír era lo más importante en su vida. Esas personas eran las más importantes. Curaban los dolores de su vida. Algunos filósofos han definido al ser humano como el único animal que ríe. Es más, creemos que es el único animal que hace reír. Pero, ¿hasta qué punto los ecuatorianos sabemos reírnos de nosotros mismos? ¿No será acaso que tenemos mayor facilidad para reírnos de los otros más que de nosotros mismos?
Burlarse de nosotros mismos es reírnos de nuestras propias debilidades, de nuestros errores, fallas, dudas o mezquindades. El hacer reír a los demás es un acto de amor con los otros. Por ello para reírnos de nosotros mismos, debemos contar con la complicidad de quienes nos rodean. El Premio Nobel Henri Bergson decía que la risa es el único antídoto contra la vanidad.
Nos permite soportar situaciones difíciles, tolerar dolores profundos, despertar la ternura con nuestro espíritu o luchar contra esa voz interior que nos desvaloriza gratuitamente. Nos ayuda a recuperar la confianza en nosotros mismos porque relativiza lo que vivimos. Nos permite reflexionar, es decir, volver de nuevo sobre el mismo asunto con una nueva mirada. Es analizar nuevamente con cuidado el pasaje existencial para retomar la vida desde cero. Nos faculta a tomar distancia sobre nuestras vidas.
Nos mofamos de los otros cuando no sabemos reírnos de nosotros mismos. La capacidad de reírnos de nosotros mismos permitirá que podamos resistir proactivamente a la crisis por la que estamos atravesando. Este será uno de los factores más importantes para sacarnos definitivamente del encierro que vivimos. De no hacerlo, el encierro continuará en nuestras mentes pese a la terminación de esta cuarentena infinita. (O)