Los católicos de Sucumbíos siguen tristes pero luchando, porque quieren vivir según el Evangelio de Jesús. Les dice el salmista: “Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre júbilo”.
La mayoría de los cristianos de Sucumbíos no logra paz, tranquilidad ni vida feliz, porque desde el nombramiento eclesiástico de los Heraldos del Evangelio, hace más de un año, se les quiere imponer la vuelta al pasado. Unos 6 meses de lucha les permitió sacar de su provincia a esta institución tradicionalista y fascista. Lastimosamente, salidos los Heraldos con botas, se les mandó “Heraldos sin botas”. Y siguen los conflictos de una minoría ambiciosa contra una mayoría progresista fiel a las enseñanzas de la Iglesia.
Se quiere sepultar la Iglesia de los Pobres soñada por el papa Juan 23 hace 50 años en vísperas (1962) del Concilio Vaticano 2º: “Frente a los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta tal cual es y quiere ser: la Iglesia de todos y más particularmente la Iglesia de los Pobres”.
Se quiere sepultar la vivencia de la Iglesia como “Pueblo de Dios”, proclamada por el mismo Concilio, el cual reconoce a los laicos iguales en dignidad y derechos con los clérigos.
Se quiere sepultar el Documento de Medellín (1968) donde los obispos latinoamericanos comprometieron a la Iglesia con la opción por los pobres y la pobreza digna, confirmándose en sus reuniones de Puebla (1979) y Aparecida (2007), opción asumida por el papa Juan Pablo 2º porque la Iglesia “la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente Iglesia de los Pobres”.
Se quiere sepultar a un pueblo que se ha puesto a caminar de pie tanto en la Iglesia como en la sociedad. ¡Felicitaciones a todas y todos los que siguen en esta lucha humanista y evangélica! Fue el camino de Jesús; es el camino del futuro.
¡Ánimo, gentes de Sucumbíos: ni un paso atrás! Decía Gandhi, el profeta de la no violencia activa y colectiva, de la que se inspiran las organizaciones cristianas y populares de Sucumbíos: “Lo grave no es la maldad de los malos, sino el silencio y la complicidad de los buenos”. Pues la realidad demuestra que, al emprender un camino de dignidad, algunos quieren destruir el camino hecho y otros sentarse en la vereda.
Según San Pablo, se trata de un parto colectivo donde “no hay marcha atrás”. El mismo Jesús nos advierte y nos anima: “La mujer que ha dado a luz se alegra y olvida los sufrimientos del parto”.