Vivimos en una región de sacudidas, espasmos y pocos momentos de calma. No han sido los volcanes, los terremotos ni los cataclismos los causantes de las recientes convulsiones, sino los estallidos sociales, que han llenado las calles y las primeras planas de los periódicos.
El mes pasado arrancó con disturbios en Ecuador por la liberación del precio de la gasolina; alcanzó su momento más difícil durante las protestas populares en Chile, derivadas de un aumento de los costos del transporte público. Y noviembre mostró descontento por las calles contra los resultados electorales en Bolivia, que han terminado en la renuncia de Evo Morales.
Tres países, tres realidades distintas y tres motivos diferentes, pero unidos por el componente de hartazgo popular que se expresa de muchas maneras: desde las pacíficas y masivas demostraciones en la calle, hasta los reprobables actos violentos más cercanos al vandalismo.
¿Qué ha pasado para que varios países latinoamericanos parezcan estar a punto de la fractura social? Las respuestas son complejas, pero más allá de las teorías de la conspiración que culpan a factores externos, se está produciendo un quiebre de la manera en que la ciudadanía se relaciona con el poder y lo emplaza.
Las urnas ya no satisfacen a un sector que -por décadas- ha visto aumentar la inequidad, crecer la corrupción, subir el costo de la vida y alternarse a los partidos en la silla presidencial, sin que eso mejore significativamente su vida. La frustración ha sido el combustible principal de estas revueltas.
Así como también atravesamos desde hace años una crisis de los modelos políticos, donde las alineaciones de izquierda y derecha no funcionan para dar respuesta a la complejidad de situaciones que vive el continente, también las sociedades están cambiando sus propias maneras de visibilizar las demandas y los reclamos.
No en balde, tanto en el caso de Ecuador como en el de Chile, los gobiernos optaron por echar atrás las medidas económicas que habían destapado las protestas, ante la evidencia de que la llama de descontento, de un sector o de una mayoría, prendida no iba a apagarse en pocas horas. Esta vez era para largo. (O)
* Tomado de la DW