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El Telégrafo
Xavier Guerrero Pérez

Reflexiones previas a la Navidad (I)

05 de diciembre de 2022

¡Una vez más: llega el mes donde la sociedad vive la Navidad! Sí, estamos ya en el mes que la sociedad ha tildado como el de la Navidad: diciembre. Lo principal: estamos vivas y estamos vivos. Considero que basta aquello para sentirnos agradecidos con el buen Dios por haber sobrevivido a varias tragedias, sean sanitarias (como la pandemia de la COVID-19) así como sociales (como la inseguridad, o la pobreza, por citar dos ejemplos).

Pero, ¿Qué es la Navidad para una buena parte (por no decir la mayor parte) del mundo? Al respecto, puedo identificar tres segmentos humanos: a) quienes conciben a la Navidad como el consumismo, lo escandaloso y lo pomposo, los lujos, los regalos, la vestimenta y accesorios ‘de marca’, y el tan ansiado “pago del décimo tercer sueldo” para el inmediato gasto; b) quienes conciben a la Navidad como una fecha a la cual no quisieran que llegue, o que, si llega, la viven como cualquier otro día del año, debido a que han sufrido en ‘vísperas de’, o están sufriendo, sea directamente (sea por alguna circunstancia de salud, tal como una enfermedad grave; o sea por vivir sin empleo y/o no logran aún conseguirlo; o sea por sufrir actos delictivos) o sea indirectamente porque “su mundo se derrumbó” (existieron problemas familiares, tanto propios (de sangre) como conformados (matrimonio), que llevaron a la separación definitiva, o están en ‘proceso de’); y, c) quienes conciben a la Navidad como una oportunidad para verse favorecidas(os) de personas benefactoras quienes se desprenden de parte de su patrimonio para llevar víveres, alimentos, o algún detalle tal vez material o económico.

Refiriéndome al primer segmento, aseverar que el mismo constituye un acto que resulta ofensivo y hasta doloroso, tanto lo que hacen, así como para lo que se prestan hacer. Lo anterior simbolizado en la socialización de quienes pueden hacerlo dado que cuentan con un empleo fijo con alto salario, y el derroche o la muestra de que “todo está bien” y de que lo que comparten (mediante fotografías o videos) es “el deber ser”. De hecho, hace varios días en un puntual medio de comunicación televisivo, se mostraba un video donde los presentadores del programa de variedades compartían una mesa de alimentos, luciendo vestimenta elegante, y donde el lugar escogido para la grabación (amplio y lujoso) pertenece a un bien inmueble de una ciudadela privada de una zona exclusiva del cantón Samborondón. Pregunto: ¿Se pretende mostrar que la Navidad es esa escena? ¿Es lo que debemos aspirar? ¿Qué sentirán quienes hoy la están pasando mal, al verse impedidas(os) de “vivir” de esa forma la Navidad? ¿Si no se vive en una de las urbanizaciones privadas de alto poder adquisitivo, se está impedida(o) de sonreír y de experimentar la Navidad? El contraste es lo que recientemente un determinado medio de comunicación televisivo mostraba, cuando el conductor de un programa dedicado al ámbito comunitario acudía a La Bahía, en la ciudad de Guayaquil. La mayoría de personas respondieron, al ser consultadas sobre lo que están comprando: ¡Nada! El dinero no alcanza. Lamentablemente es la realidad de muchas personas, hoy en día.

Si me centro en el segundo segmento, y por experiencia propia lo manifiesto: desde lo exclusivamente humano, y si no buscamos sujetarnos del buen Dios, nos hundimos. Solamente la persona que atraviesa dificultades, tanto alguna de las que he citado antes, como otras; solo aquella persona puede sentir y evaluar profundamente la posibilidad de que diciembre pasa a ser un mes complejo de vivirlo: se siente embargada por la tristeza, el llanto y el dolor. Para esa persona, ponerse en pie es un asunto “cuesta arriba”, donde sus fuerzas llegaron al límite, no encuentra motivación, y, sencillamente, su mundo se acabó. En su mente circula toda una película de terror en 3D. Anhela poder tener la posibilidad de retroceder el tiempo y, quizá, no haber actuado de alguna manera, o haberse comportado de otra manera. Peor aún, si se había creído “Dios” y pensaba que no necesitaba de Dios ni de nada ni de nadie. En suma: Sin Dios, ha llegado su ruina. Ahora bien, abordar esos momentos de la vida es sumamente duro. Toda separación es dolorosa. Hay un detalle: si no ha existido soporte psicológico, emocional o espiritual (deseable, en conjunto), todo luce como un huracán que arrasa con todo lo que se encuentra a su paso. No se trata de tender, ni explícita ni implícitamente a tener animadversión por la Navidad, ni mucho menos justificar sentimientos tóxicos o corrosivos como el odio. ¡ De ninguna manera!. Sí se trata de palpar que somos seres humanos frágiles y que hay eventos que requieren de procesos para aprender de ellos y levantarse y volver a empezar.

Sobre lo dicho en el párrafo anterior; por ejemplo, el Papa Francisco lo ha indicado de forma reiterada: el matrimonio es para toda la vida, pero (advirtiendo que no se trata de una regla, sino de casos excepcionales donde los hechos son palpables e indiscutibles) hay uniones matrimoniales donde el clima se torna tan hostil (violencia de todo tipo) que conviene no continuar viviendo “bajo el mismo techo” sin dirigirse la palabra, pareciendo “dos desconocidos” que se detestan, durmiendo alguien en el sofá, y la otra persona con la puerta cerrada, enviando el mensaje: “Te tengo miedo”, y es propicia la separación para poner fin al daño, tanto personal como ajeno. Así mismo, cuando las situaciones familiares (madre o padre, e hijos) han llegado tan lejos, al grado de desconocer la palabra ‘respeto’, de que hay presencia, con cierta frecuencia, de gritos, de palabras hirientes, de la famosa expresión, como justificación, “palabras sacan palabras”, y hasta la irrupción de terceras personas y las amenazas de llevarse a prisión unos a otros, y, lo que también se repite: miembros que ni se miran, peor se hablan, que todos duermen al puro estilo de corredores de hoteles: “con puertas cerradas” enviando de ambos lados mensajes: “te tengo temor”; ahí lo racional y sensato es que cada persona “tome su rumbo”. ¿Es simple? ¡Para nada! ¿Y dónde dejamos los sentimientos y el amor? Bueno, creo que Hollywood ha intentado responder, pero se ha quedado corto y “no alcanza”. Recuerdo que en la película “Mi Pobre Angelito 1”, específicamente en el diálogo entre el protagonista y un adulto mayor, este le dice al menor: (parafraseando) siempre amaras a tu familia en el fondo, aunque digas que no los amas, y ellos a ti te amarán. Pienso que resulta bastante teórica la frase. La conducta humana es más complicada e indescifrable como para simplificar de esa forma. ¿Se puede retornar a la normalidad, si es que alguna vez existió, cuando se ha cruzado la barrera del “no retorno” (¿por hechos o palabras que provocaron heridas mortales? Y si han existido acusaciones entre familiares, proferidas a partir de la ira, o si han existido epítetos como “corrupta(o)”, o “Resulta que la propia familia te ha querido engañar”, ¿Se puede “mañana” volverse a hablar al puro estilo de “borrón y cuenta nueva”? Claro está, hay quienes tienen todo un “background” (bullying, abusos y acosos sufridos; o una niñez y adolescencia con múltiples accidentes emocionales) que, en cierta manera, justifica que los otros miembros de la familia o reaccionen violentamente también (aunque no en el mismo grado que quien es mayormente responsable), o decidan poner punto final a la convivencia, para terminar con la “batalla campal” y el deterioro psíquico; aunque es importante también incluir la conducta de la célula familiar en general, de todos los integrantes, debido a que, como dicen nuestros mayores: para que exista un problema, deben haber dos personas (no una sola).  Sin embargo, también los mayores dicen: “acciones borran pasiones”. ¿Puede un(a) hijo(a) liquidar el amor hacia su Madre o su Padre, por la vida tormentosa que ha vivido? ¿Es posible que la Madre o el Padre ignore a un(a) hijo(a) dejándole en modo ‘fantasma’ (no contestarle, dejarle en visto, o inclusive bloquearle del sistema de mensajes)? ¿Es capaz la Madre o el Padre llegar a decirle a un(a) hijo(a): el que te ocurra algo (sea una enfermedad leve, o algo mayor) ya no me afecta; antes me alegré de no estar en ese momento ahí para conocer qué te pasaba? ¿Las acciones realmente borran pasiones sin dejar rastro? Reitero: el ser humano es indescifrable. Y de nuevo, por experiencia personal: en esos casos, y sin perjuicio de conocer el pensamiento de los profesionales de salud mental: hay que quedarse con los buenos recuerdos, perdonar, perdonarse a sí mismo, y abrazar las palabras de la Biblia: “El que ama más a una persona que a mí (Dios), no es digno de mí”.

Para cerrar esta entrega, ubico mi atención en el tercer segmento humano: aquellas personas que se ven favorecidas con todo aquello que dicta el corazón a personas bienhechores. Debo decir que, para aquel segmento humano, básicamente quienes tienen como cama las calles, su Navidad es el compartir entre los que están en esos momentos, sean propios familiares (generalmente hijas o hijos), o sean personas en igual o peor condición y que se han conocido justamente en las calles, dado que comparten igual condición: pobreza y mendicidad. Me llama mucho la atención cómo comparten el mes de diciembre y la propia Navidad aquellas hermanas y hermanos. Es similar a lo que ocurrió en Belén, con María, José y el nacimiento de Jesús: hay pobreza, pero brilla la caridad, la solidaridad aún en lo poco, hay calor humano, y hay clima de hogar, aunque físicamente se tenga las aceras y el asfalto, y estando a la intemperie del clima.

¡Qué gran milagro! El verbo de Dios hecho hombre, el rey de reyes, naciendo en el lugar menos esperado y bajo las condiciones inimaginables: entre “pajas y el heno, y animales”. Lo más grande en este universo, sometido a condiciones de tanta necesidad. ¡Para la reflexión!

En consecuencia: ¿Qué es la Navidad, y en qué segmento humano ser parte o relacionarnos para dignificar este hecho humano y divino?

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