Todo esfuerzo para contribuir al incremento del hábito de la lectura es válido. Particularmente cuando se trata de adultos mayores. He aquí algunas reflexiones sobre obras recomendadas:
Santiago Gamboa pone en boca de un personaje (en Plegarias nocturnas, Literatura Mondadori, Barcelona, 2012, pág. 61): “Es un Buda que sonríe. Extraño ver a millones de personas venerando a alguien que sonríe”. Y más tarde (pág. 91): “Los ricos siempre se las ingenian para estar deprimidos. Les gusta ser infelices. Es muy elegante estar triste”.
De Omar Ospina (Búho, N° 41, año XII 2013/2014) se rescata que: “Otro ‘pensador inútil’, don Miguel de Montaigne, postula: ‘Es el gozar, no el poseer, lo que nos hace felices’, y lo que nos hace humanos, agregaría y con respeto por el gran ensayista”.
Jorge Luis Borges sostiene (Rocinante 64, febrero 2014) que: “Sentimos la poesía como sentimos la cercanía de una mujer… Si la sentimos inmediatamente, ¿a qué diluirla en otras palabras que sin duda serán más débiles que nuestros sentimientos?”, y (pág. 22): “Para romper la solemnidad, nada mejor que usar un lenguaje coloquial que esté más cercano al habla que a la escritura”.
Hablando de nuestra identidad, un mestizo, enojado con su propio mestizaje, decía: “El primer signo de que nos jodieron es que tenemos una lengua que no es la nuestra”. Pero debemos aceptar la realidad y no llorar sobre el pasado, refutó alguien. Lo cual llevó a pensar que vinieron los peninsulares y fecundaron a las mujeres indígenas, que los mestizos fueron el resultado de la explotación y la injusticia, que ciertamente se les impuso la lengua y la cultura, y que los padres olvidaron a sus hijos, pero que las madres y los hijos sobrevivieron, que hoy los hijos están grandes, que aquellos padres están muertos, y que quedan los hermanos y hermanastros que han llegado a ser amigos.
Pero nuestra identidad no debe ser la religión del dios oro que se halla en el templo o banco, en el tabernáculo de la caja fuerte, con sumos sacerdotes como gerentes, que cumplen sus ritos para contribuir a la ostentación, con las revistas del jet set y las modas de vestidos y marcas de autos. Todos son valores de cambio de suntuosas mercancías con la imagen del lingote de oro y sus monedas, el préstamo, la deuda, los pagos, el cash… Nuestra identidad no puede ser la del dinero, sino la cultural de la vida sencilla, de sonrisas, no de tristezas, y de afectos. De ser, no de tener.