Debo decirlo: respeto a quienes conocen con solidez y al detalle el mundo ‘comic’, y pueden comprender, dialogar, debatir y demostrar autoridad respecto al tema ya mencionado. De hecho, en mi cuenta de Twitter sigo y leo con atención a dos personas parte de las y los especialistas del ‘comic’. Sinceramente, los respeto y los admiro. En lo que a mí respecta, si me autocalifico con generosidad, se podría decir que soy un aficionado en formación. Partiendo de este preámbulo, y dado lo que ocurre en la patria ecuatoriana, específicamente visualizando las acciones del gobierno del presidente Guillermo Lasso, creo que la referencia y el simil más indicado para socializar y volver más didáctica mi opinión sería el de multiverso.
¿Qué sucedería si todos, nosotros y nosotras, estamos viviendo en un Ecuador alterno, donde las decisiones se han tomado de modo muy particular, pero no percibimos el alcance? Citemos tan solo dos de ellas:
Antecedente: varios ministros acompañaron al presidente Lasso a China, en visita oficial. Decisión poco entendible, de paso: algunos ministros mantuvieron reunión y realizaron visita, a través de la herramienta zoom, a una farmaceútica china. Si el presidente Lasso no estuvo presente en dicha actividad, y las y los ministros que participaron de la misma conocían que el acercamiento entre naciones se efectuaría vía zoom (dada la planificación del caso, indudablemente), ¿se justificaba que ellas y ellos viajen? A todo esto, y para sustentar que mi visión no raya en ni en el odio ni en la demencia, una situación similar se dio en estos días con el régimen gubernamental del presidente de Argentina, Alberto Fernández, y su visita oficial a China; presentadores del medio de comunicación La Nación criticaron que el primer mandatario argentino haya tenido que viajar para exclusivamente mantener reuniones virtuales, y la interrogante de ellos —y tal vez la de más de una o de uno—: ¿por qué no llevarlas a cabo, entonces, desde Buenos Aires?
Antecedente: legislador de la organización política liderada por el presidente Lasso, CREO, el ciudadano Diego Ordóñez, decide renunciar a su cargo, motivado, según aseveró, por no sentirse cómodo por la dinámica legislativa, y la comparó —implicitamente— con lo que él hacia antes, ya que, subrayó, proviene: “(…) de un mundo donde se confrontan ideas, en búsqueda de la verdad compartida; del sector privado donde la eficiencia se mide en resultados”. Horas después, la periodista Ana María Cañizares, a través de un tuit, expresó: “Ganan elecciones y luego “no se sienten cómodos”. Abortan la operación, no dan la talla. Buscan esconderse en las faldas de una “asesoría” o quieren desde la Asamblea perfilarse a otros puestos políticos (…)”. Y ayer, el propio exlegislador aseguró para una emisora de Quito que el presidente Lasso le solicitó que acepte ser consejero presidencial. Decisión, incomprensible: “el ciudadano Ordóñez aceptó el cargo”. De nuevo, me permití transcribir parte del tuit de la periodista ecuatoriana en CNN en Español, Ana María Cañizares, ya que considero que está lleno de sensatez. Es más, buscando ser más precisos, esta acción política de “dejar botado el barco” ya ha tenido precedentes: concejales o legisladores que ganan, renuncian y participan por otros cargos. Si ya hemos tenido experiencias previas, ¿es tan sencillo, así como accionar un interruptor, abandonar la confianza que las y los electores depositaron en una determinada persona, debido a que “no me gustó” el trabajo, pero el nuevo trabajo sí me gustará? ¿Quién garantiza que, por simpatías o antipatías, nuevamente se vuelva a abandonar el cargo? O, si se esgrime que en las experiencias previas al trabajo, calificado hoy como poco agradable, era todo diferente (que generan “menos dolor de cabeza”), ¿por qué, entonces, se tomó la decisión de renunciar “a lo menos incómodo” para dañarse el hígado, pero después destacar: “aquí (Asamblea Nacional) no se ha buscado resultados ni debate de ideas”? Curioso que el ciudadano Ordóñez, antes de candidatizarse a la Asamblea Nacional, ya conocía (como las y los ecuatorianos) cuál era el ritmo en la Función Legislativa. Y él en campaña criticaba “el qué y el cómo” y ofreció a los mandantes que deseaba ir a la Asamblea para “mejorar lo que se tenía”.
Ahora bien, pensemos tan solo por un instante en el Ecuador principal, no el alterno. En esa sociedad ecuatoriana, donde: a) si el presidente cumple agenda oficial, quienes lo acompañan y que son parte de su gabinete previamente ya conocen que sostendrán encuentros presenciales y será tal su motivo para viajar, y en caso de que las reuniones sean de tipo virtual, se abstendrán de viajar (y evitar generar rubros, como los viáticos), y b) quienes aspiran a contribuir al país desde el espacio electoral, y obtienen la confianza del electorado en las urnas, brinden respeto y solemnicen a ese ‘sí’ que la ciudadanía les otorgó, cumplan su palabra y culminen la tarea para la cual dijeron que podían hacerlo; en el caso de tener aspiraciones políticas (legítimas, desde luego) pero que poco o nada cooperarán a resolver las problemáticas de la nación ya que se requiere de cierta continuidad y no ir saltando “de cargo en cargo”, tengan la amabilidad de abstenerse.
¿Vivimos en el Ecuador alterno o el en el Ecuador prinicipal? Juzguen ustedes mismos.