Las redes sociales han modificado la forma y frecuencia en que los seres humanos se comunican, lo cual también crea una forma distinta de participación ciudadana. Autores como (Segerberg y Bennett 2011, Patten, 2013) dudan del verdadero valor de estos nuevos medios, sobre todo en la política; por ello en los niveles educativos deberían considerarlos como parte importante del paradigma cultural vigente, especialmente porque se advierte un escaso nivel de tolerancia que muestra un alto número de usuarios frente a opiniones divergentes. En la realidad ecuatoriana bastan tres hechos para evidenciar lo descrito.
Mientras el movimiento Revolución Ciudadana intenta superar su crisis interna provocada por los resultados de la segunda vuelta electoral, el buró aceptó la renuncia de Marcela Aguiñaga al cargo de presidenta de la Revolución Ciudadana. La prefecta del Guayas presentó su dimisión irrevocable tras las recriminaciones recibidas por la derrota electoral, en particular de la legisladora Pierina Correa.
Cuál semáforo, se encendieron al demostrar que existe una versión simplista de la toma de postura en las redes sociales que genera palmaditas con guante blanco, pero reduce cuestiones complejas a un simple sí o no. Adoptar posturas simplistas también puede llevar a tergiversar las palabras.
Durante el fin de semana, fue presentada ante la Fiscalía General del Estado (FGE) una denuncia en contra del exvicepresidente de Ecuador, Jorge Glas Espinel por el presunto acoso contra la ciudadana Soledad P. Glas resaltó que el objetivo de estas acciones es dañar su “honra y reputación” y que todo lo acontecido es la respuesta ante una denuncia que realizó él por el presunto delito de extorsión del pasado 18 de octubre. La Contraloría inició una investigación que busca desmentir o comprobar que la señora en mención, trabajaba para Jorge Glas cuando éste permanecía en prisión. El sueldo habría salido de la Prefectura de Pichincha. De comprobarse, podría terminar como un acto de corrupción.
El impulso de hacer declaraciones estridentes desde ciertos estamentos feministas y políticos, reflejan un miedo genuino a los horrores que yacen más allá de las palabras. En cualquiera de estos o de otros casos, es difícil lidiar con la incertidumbre, en especial cuando las redes sociales acostumbraron a esperar información - no siempre verificada- en tiempo real durante acontecimientos traumáticos y a querer respuestas y soluciones instantáneas. La certeza moral es un ancla a la que el ciudadano se aferra y cuanto más rápido la expresa, más seguro parece.
Que Leonidas Iza en representación de la Conaie, abra la boca para nuevamente amenazar, que los consejeros de Participación Ciudadana acogieron "integralmente" la decisión de la Corte Constitucional para evitar su destitución, que el riesgo de bloqueo para impedir la gobernabilidad desde la Asamblea Nacional sigue presente o la mera aparición del exvicepresidente Alberto Dahik en una reunión bastó para desatar en las redes , una respuesta visceral e intransigente de parte de los voceros e intelectuales del correísmo, de colectivos y otros sectores.
Este tipo de pensamiento es poco serio y alimenta aún más las hostilidades porque deforma posiciones matizadas hasta convertirlas en extremismo y confunde expresiones de indignación tan breves como un tuit con acciones valientes ante la atrocidad.
Sin embargo, lo que más molesta, no son las publicaciones reflejo en las redes sociales. Es más bien la idea de que no publicar está mal y de que todo el mundo tiene que hablar, todo el tiempo. No invita a callar y escuchar, y a dejar que las voces más importantes se oigan por encima del estruendo. Implica que no está bien tener dudas sobre lo que está pasando o cualquier tipo de análisis moral que no se preste a ser presentado en una publicación de redes sociales. No deja tiempo ni espacio para que la gente procese los sucesos en el santuario de su propia mente ni para reunir más información antes de emitir un juicio. Presiona a las personas que aún no tienen una opinión o que están reflexionando sobre lo que piensan a fabricar una y presentarla ante un jurado de completos desconocidos en internet que emitirán un veredicto instantáneo sobre su idoneidad.
En un entorno en el que se hace creer a la gente que debe publicar o soltar opiniones simplistas, acaba haciéndolo por sentir estar en la cresta de la ola o por miedo a que los demás piensen que no están suficientemente informados, que no le importa lo suficiente o que su brújula moral no funciona. En la mayoría de casos, una publicación reaccionaria en las redes sociales no dice nada sobre lo que realmente piensan o saben, abarata el discurso y dificulta el progreso. Es una consigna disfrazada de claridad moral.
Un pasaje del libro Doce pasos y doce tradiciones parece aplicar en este caso. “No hay nada que nos recompense más que la moderación en lo que decimos y escribimos”, escribe el cofundador de Alcohólicos Anónimos, Bill Wilson. “Debemos evitar las condenas irascibles y las discusiones arrebatadas e imperiosas”, que él llama “trampas emocionales, y los cebos son el orgullo y la venganza”.