Estas Navidades nos han hecho poner el termómetro en las relaciones familiares y sociales. Como ejercicio nos hemos preguntado: ¿tuvimos una fiesta grande de Nochebuena?, ¿nos visitaron nuestros parientes que viven fuera del país?,¿organizamos el amigo secreto en la oficina?, ¿nos reunimos para festejar con los amigos?, ¿cuántos regalos dimos y a quiénes?, ¿adornamos nuestra casa para las fiestas?, ¿llamamos por teléfono a nuestros seres queridos en el extranjero?
Al tener esas respuestas, este hito social que es la Navidad nos permite año tras año ver los importantes cambios que experimenta nuestro país y cómo ello repercute en nuestra vida. La familia ya no es lo que era. Por ende, la escena que tenemos de nuestra niñez, tampoco: ya no somos docenas de personas celebrando alrededor de la gran mesa familiar con los pequeños y los grandes, los hermanos, los primos, los tíos y los abuelos.
Inclusive no resulta fácil organizar una celebración con treinta personas como antaño solíamos hacer. No podemos encontrar fácilmente apoyo para las labores domésticas que implica una fiesta grande: la mayoría de mujeres está trabajando fuera de casa y no tiene tiempo para hornear el pavo, la mitad de los miembros de la familia vive en la ciudad, los demás ya se han ido a vivir a las afueras, mientras otros se han ido aún más lejos, sin contar con que los lugares en donde se vive no son lo suficientemente grandes para alojar a todos.
Los cambios que ha experimentado la sociedad ecuatoriana respecto al tamaño de los grupos familiaresson mayúsculos. A mediados del siglo XX, las familiasque vivían en una ciudad estaban compuestas por numerosas personas. Las parejas casadas tenían un promedio de siete u ocho hijos. Además, estaban los tíos, primos y allegados. Inclusive los sirvientes eran parte integral del núcleo familiar. Pero ya a finales del siglo se fragmentó la familia extendida y se constituyeron familias nucleares con padre, madre e hijos que se establecieron en unidad aparte. Luego, estas se fragmentaron también y en muchos casos formaron familias monoparentales. En la actualidad algunas parejas jóvenes declaran que no tendrán hijos. Y los ancianos con frecuencia viven solos o en asilos.
David Brooks, en un artículo en The Atlantic, compara los efectos que tiene en el individuo la familia nuclear versus la familia extendida. Y valora las dos grandes fortalezas de esta última. La primera, la resiliencia: una familia extendida es una red de apoyo. Los cónyuges e hijos, pero también los primos, los suegros, los abuelos constituyen una compleja red que puede llegar a veinte personas. Si un miembro muere, los hermanos, tíos y abuelos están allí para sostener a los deudos. Si se rompe una relación entre un padre y un hijo, otras personas pueden llenar el vacío. Las familias extendidas pueden compartir cargas inesperadas cuando alguien se enferma o pierde su trabajo. La segunda gran fortaleza de las familias extendidas –dice Brooks– es su fuerza socializadora porque los adultos enseñan a los niños lo que es el bien y el mal, y les guían en cómo comportarse con los demás.
Si comparamos la familia extendida con la familia nuclear vemos que esta se compone exclusivamente de padres e hijos, que en el hogar moderno son normalmente cuatro personas. A los niños se los cría para asumir pronto su autonomía. Ya no tienen el rol económico de la época de la agricultura, cuando se ansiaba tener muchos hijos como apoyo para el trabajo. A los hijos de familias nucleares de la clase media se los educa para que vuelen fuera del nido al fin de la adolescencia, se independicen y busquen comunidades afines. Ellos son criados no para vivir en tribu, sino para ser autónomos. Todas estas características de la familia nuclear la convierten en una unidad frágil porque, cuando se rompe, atenuar los daños no resulta fácil.
Los ecuatorianos tenemos el deseo de volver a la comunidad que nos ofrecía antaño la familia extendida. Pero, como no se puede retroceder en el tiempo, tenemos que mantener nuestros lazos familiares e inclusive buscar nuevas oportunidades para fortalecer y ampliar nuestras redes de apoyo. Es decir, seguir forjando comunidad de tal manera que los niños vivan y crezcan bajo la amorosa mirada de gente que les quiera y les enseñe, y que más adultos tengan la seguridad de contar con quien les arrope en su vejez.
Los sistemas de apoyo de cada persona son redes a las que podemos recurrir cuando necesitamos contención emocional y ayuda práctica. Es importante que busquemos construir ese sistema en el que pueden estar nuestros familiares, pero que debemos ampliarlo a amistades, colegas de trabajo, vecinos y aún a personas con nuestros intereses. Diversificar nuestros sistemas de apoyo puede permitirnos rotar de círculos de acuerdo a las circunstancias.
Disponer de estas redes nos permitirá manejarnos con mayor bienestar y sortear el estrés de la vida diaria. Las investigaciones demuestran que contar con una red de apoyo tiene muchos beneficios: las personas viven más tiempo y, por lo general, están más sanas y tienen mayores niveles de felicidad. Estos grupos nos ayudan a sentirnos mejor en los días de sol, al mismo tiempo que nos vuelven más resistentes en tiempos lluviosos.
Los pasatiempos son una forma sencilla pero eficaz de crear una comunidad. Los grupos que se desarrollan por intereses comunes –como los clubes del libro, los de juegos de mesa, los de tejido, los de excursión, los de hacer ejercicio, los de cocinar y hacer cerámica– pueden ampliar tu base de apoyo. Por otra parte, tus compañeros de colegio son siempre fuente inagotable de risa y complicidad.
Cuando tienes personas cercanas, te sabes protegido y experimentas la tranquilidad que te da sentirte amado, reconocido y comprendido, al mismo tiempo que tener siempre interlocutores en los que puedas confiar, mostrartus preocupaciones y encontrar soluciones a tus problemas. Por cierto, las relaciones exitosas y sostenibles requieren iniciativa y mantenimiento constante, pero valen la pena para sentirnos más felices, más acompañados y de alguna manera recobrar nuestra añorada familia extendida.