Las redes sociales son nuevos megáfonos: nada raro en eso. El megáfono rompió la barrera de la distancia física para realizar la comunicación; de ahí en adelante, lo que ha producido la tecnología es el incremento del alcance del amplificador. Los megáfonos típicos del siglo XX fueron la radio, la televisión y los periódicos impresos, los cuales permiten la acción comunicativa vertical y poderosa, con poca posibilidad de que quienes reciban el mensaje lo devuelvan amplificado.
Ahora, en el siglo XXI, los megáfonos están en manos de muchos, los cuales organizan coros o redes. Aunque las llamadas redes sociales facilitan técnicamente la interacción horizontal, en la mayoría de los casos el resultado es la formación de especie de sectas virtuales, que buscan incrementar sus seguidores. Los coros-redes se articulan a partir de una partitura hecha con códigos específicos, para reproducir al unísono sus ideas, valores, creencias, relatos o creaciones. El objetivo (¿habrá excepciones?) es la construcción de esferas de poder, pues el coro de la red busca persuadir a muchos para convertirlos y sumarlo a su comunidad virtual. En este esquema, el poder ya no lo detenta solo quien tiene un megáfono o parlante, sino los que poseen la capacidad de crear la red, construir sus nodos, diseñar los objetivos, perfilar las líneas del discurso o la partitura y activar el coro inagotablemente.
Las llamadas redes sociales son exitosas porque son funcionales a los nuevos requerimientos del sistema, que demanda una nueva forma de existencia irreal y etérea. Ellas crean sujetos y comunidades virtuales despegadas de la realidad, para disolver la diferencia entre la verdad y la ficción y experimentar la libertad sin límites entre cantos de sirenas.
De todas las funciones de las redes, una de las más eficaces es la de generar emociones renovadas y continuas. Además, por medio de ellas se realizan deseos guardados, entre ellos saciar el odio y matar virtualmente al enemigo, en la dimensión del nombre. Así mismo, las redes abren la posibilidad al sujeto anónimo de existir, cobrar vida irreal y obtener reconocimiento a través del segundo de fama, algo negado en la sociedad de masas. También articulan el lenguaje escrito con una imagen que, al ser tocada mediante la experiencia táctil, se vuelve verosímil.
Las redes impregnan el mensaje fácilmente, usando la técnica de la repetición constante, con lo cual logran la persuasión e incluso la enajenación. La repetición va de la mano con la velocidad del mensaje circulado, lo que impide el ejercicio de la reflexión, el pensamiento crítico y el debate.
Todo parece indicar que nuestra nueva casa estará en las redes; que todos mudos, frente a frente, hablaremos en red; que nuestra ciudad será una red; y que en la dimensión de las redes se desplegarán el poder y las guerras.
Las redes no sociales son demostración de que estamos en una nueva época, cuya tensión mayor está dada por la deconstrucción o desaparición de eso que la humanidad, desde el tiempo de los griegos antiguos, conceptualizó como realidad y dio origen a las teorías materialistas. Si eso es así, significa que el signo de los nuevos tiempos será el de Homo irreal y evanescido, cuyos sentidos operarán a través de la representación pixelada luminiscente, mientras en el mundo real alguien jugará a ser Dios, programando el cuadro que contendrá las imágenes del mundo y borrando todo aquello que pueda despertar la conciencia. (O)