Desde el terreno exclusivamente legal y civil, la institución del matrimonio puede entenderse como una sociedad que nace de la voluntad de dos personas que buscan, por distintas razones, iniciar juntas una vivencia donde, entre otros aspectos (y al menos desde la teoría) les permita mejorar su bienestar.
Haciendo un símil con la realidad ecuatoriana, desde el ámbito de la Administración Pública y Gestión Gubernamental: las “dos personas” serían, por un lado el pueblo y por otro lado quien hoy conduce los destinos de la patria; con la confianza depositada al ciudadano Lasso Mendoza en las urnas se configuró la voluntad de juntas iniciar una vivencia; y, los frutos conseguidos hasta ahora serían esa “mejora del bienestar”.
Teniendo claro lo dicho, y partiendo de tal, es evidente que la situación actual no es de las mejores. Previamente a desarrollar mi lectura, y como paréntesis me permito esgrimir que para construir y fortalecer tejido social creo oportuno insistir en que aquellas acusaciones que se lanzan contra quien emite un criterio donde se señala lo que se cree podría mejorarse, no unen ni multiplican, sí dividen y restan. Me refiero a aquellos adjetivos que diariamente observamos en redes sociales: “… él(ella) es opositor(a)”, o, “… él(ella) ha de ser fanático(a) del ex presidente fulano de tal”. Puedo comprender que aquellas manifestaciones provengan de simpatizantes, pero no de quienes pretendemos, desde nuestros espacios, aportar a la construcción de país, y que así la juventud pueda interactuar en un entorno social menos deteriorado del que ya respiramos.
Retomando la idea. Hay problemas, tanto a nivel político como a nivel de la administración pública. En lo político se observan tensiones que no terminan de disminuir entre la Función Ejecutiva y la Función Legislativa: mientras la Asamblea Nacional persiste en mantener una actuación que, al parecer, devela que se está priorizando “lo político” -necesario e importante- y no “lo ciudadano” -necesario, importante y prioritario y urgente-, la Presidencia de la República plantea la estrategia de diseñar e implementar mecanismos -legales- que le permitan llevar a cabo su plan de gobierno “sin contar” con la Asamblea Nacional. Y, desde la conducción de “lo público” (administración pública) creo que el “performance” que se ha obtenido requiere de atención “en patines”, por ejemplo citando el caso de la (auto)declaratoria en emergencia del Registro Civil debido al desabastecimiento de material para cumplir con su razón de ser para con la ciudadanía, la cual es, básicamente, cedulación y gestión para obtención de pasaporte.
En términos sencillos, el modelo de gobernación escogido y que está ejecutando el presidente Lasso está mostrando que no es el más idóneo para cooperar a que los conflictos y las pugnas políticas sostenidas en la Función Legislativa pasen a un segundo plano y, con ello, se priorice la agenda ciudadana, que es el deber ser de la gestión pública, y cuyo objetivo, a fin de cuentas, es mejorar en positivo la calidad de vida de la gente; cooperación que no implica entrometerse ni directa ni indirectamente en dicha función.
Es loable la actitud del presidente Lasso, vista al momento de escucharlo en una reciente actividad en territorio: “la obra de mi gobierno de once meses ha sido salvar vidas y que hoy nos podamos retirarnos la mascarilla”. De nuevo: ¡Es loable! No obstante, hay tareas prácticamente igual de importantes que precautelar la vida de la población, y que se convierten en la “carta de presentación” para, por citar, la atracción de inversiones: estilo de gobierno donde brillen los acercamientos y no (comprensible desde la impotencia, pero no desde la concepción de las y los políticos estadistas) el que cada uno (Función Ejecutiva y Función Legislativa) “vayan por su lado”; una administración de la cosa pública que trabaje en aras de que los “productos” públicos (servicios) sean de calidad, donde la atención se caracterice por ser brindada de forma oportuna, sin dilaciones y a quien lo requiera; y políticas públicas donde las y los beneficiarios tengan protagonismo constante, y donde la comunicación y retroalimentación, entre los administradores y los gobernados, sea permanente.
La teoría política y la teoría política normativa conducen a pensar de que no existe divorcio entre la gestión política, el management y la administración pública. Si existe un estilo de gobierno cuya herramienta sea el diálogo las 24/7, y que el mantener posiciones sea lo de menos, entonces hay fluidez. Si la Función Ejecutiva y el talento humano que la conforma opta por “fichar” a las y los mejores, a partir del principio objetivo del mérito -sin abusar, ya que lo otro sería tecnocracia-, para liderar espacios institucionales, y que las y los colaboradores, a su vez, se rodeen de funcionarias y funcionarios (parte de la burocracia) que ejecuten tareas operativas de modo técnico y responsable, solidificando sus habilidades y capacidades a través de procesos de fortalecimiento institucional y humano, tendremos instituciones más sólidas, procesos eficientes, eficaces, efectivos y accesibles, y recursos oportunos y suficientes, entonces hay progreso de servicios públicos y avance en satisfacción al Soberano. Y, si al momento de la formulación de políticas públicas se valoraría plenamente el rol fundamental de las y los beneficiarios en el análisis, diseño, implementación, evaluación y retroalimentación de dichas políticas, hay logros en materia de equidad, de combate a la pobreza, y de incrementos en índices que a los analistas y a los políticos “nos encantaría ver en azul”: empleo, por ejemplo.
El Doctor Rodrigo Borja en su texto la Enciclopedia de la Política define con lucidez a la expresión ‘administración pública’ como la conducción, por parte del gobierno representado en la Función Ejecutiva, de lo que le compete al Estado, que va desde lo económico hasta lo logístico, ejerciendo tales competencias desde lo institucional conforme las ya establecidas en los cuerpos normativos. Estas competencias, asevera el Doctor Borja, implican varios aspectos, siendo una de ellos la prestación de servicios públicos. Complementando, la literatura marca el camino al entendimiento y la complementariedad: hablar de ‘administración pública’ equivale a referirnos al “qué y al cómo” del gobierno, su día a día, y que sus tácticas relacionadas a ese “qué y cómo”, que forman parte de una estrategia cuya raíz la tiene en su plan de gobierno, realmente funcionen; todo ello visto en el cumplimiento de sus ofrecimientos de campaña política, de la satisfacción de las demandas sociales, y de la generación de mayor bienestar individual y colectivo.
El momento del país requiere reconocer lo que se tiene, reaccionar ante lo que se tiene y reconectar con lo que se tiene. Más allá de que si existe o no una crisis de gabinete presidencial, las circunstancias fomentan revisar si las y los colaboradores están respondiendo a la misión de ser instrumentos ejecutores de políticas públicas altamente sensibles a las demandas sociales que cada vez resultan ser más complejas. De hecho, y a propósito de la marcha de ciudadanos y gremios sociales en la conmemoración del Día del Trabajador, creo que su “mensaje” es al unísono: hay nudos críticos que no han podido ser ni “digeridos” ni resueltos por la ministra o el ministro que le correspondía; existen historias de familias que hoy la están pasando mal (perdieron empleos, se encuentran altamente endeudados como emprendedores debido a factores externos, como el sanitario) y que la intervención del Estado era y es emergente; o, hay muchas y muchos en el subempleo o sin empleo, que pueden resultar vulnerables a potenciales abusos de ciertas y ciertos empleadores sin escrúpulos, dada la falta de oportunidades y ante la alta necesidad de la existencia de puentes entre el Gobierno y el Sector Privado para generar relaciones laborales de dignidad y amparadas en la estabilidad. Hoy el reloj marca la hora de reconectar, por parte de las y los gobernantes con quienes depositamos la confianza en las urnas en la pasada jornada electoral. Me temo que si no se dan esos tres pasos ya mencionados: reconocer, reaccionar y reconectar, se pierde una invaluable oportunidad de que la historia reconozca una obra que se pudo hacer, y bien.
P.D: Conversando con una menor de edad en un lugar público me decía: hay muchas y muchos que critican y no proponen algo. Le respondí: ¿Conoces si realmente han propuesto? Me replicó: ¡Para nada! Respondí: La respuesta podría estar en que, en ocasiones, quienes proponemos algo simplemente somos ignorados, y hasta seducidos por la impotencia, al ver que otras y otros hermanos sin esa capacidad crítica y propositiva de la que se cuenta están en aquellos espacios donde se puede “hacer mucho” en bien de la sociedad, pero que, hasta ahora, han decidido actuar.