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El Telégrafo
Gustavo Pérez Ramírez

Recicladores callejeros de basura

17 de enero de 2016

Los recicladores callejeros de basura, como los “olvidados” de Luis Buñuel de los años 50 del siglo pasado, siguen invisibilizados. Merecen solidaridad, y ser potenciados para que se incorporen en la construcción de una sociedad justa. Los admiro. Son luchadores callejeros que no se dejan vencer por la injusticia. Ingeniosamente encuentran en la basura la materia prima para sus emprendimientos. Se resisten a buscar su supervivencia en el robo y en la vida criminal.

La sociedad es muy injusta con ellos porque, ni siquiera, se hace el esfuerzo para que la basura que se deposita en bolsas en la calle, vaya reciclada antes de que la Empresa Metropolitana de Aseo disponga de ella. Mi primer contacto con este fenómeno generalizado fue en la Bogotá de los años 60, cuando llegó de Chile un sacerdote jesuita que se ocupaba de ello. Lo acompañé al botadero de la ciudad. Al llegar al pestilente lugar bajo una nube de aves carroñeras, nos encontramos con una tragedia. Un niño se había abalanzado a recoger un desecho de juguete cuando la volqueta apenas descargaba la basura, y quedó sepultado por una montaña de desperdicios. Un niño pobre, víctima de la única forma que tenía de perseguir la felicidad en este injusto mundo.

Nunca se me he olvidado de esa escena de horror. Desde que llegué con mi esposa al Ecuador en 1995, me impactó ver en la Avenida González Suárez, a una madre, acompañada de 2 de sus hijas, una de ellas, la menor, de 8 años, recoger basura 3 veces por semana de las bolsas dejadas en la vereda sin reciclar. Yo reaccionaba molesto, como ahora, ante la insensibilidad de los habitantes reacios a reciclar la basura, al ver el esfuerzo de esa madre en su trabajo de abrir bolsa tras bolsa para elegir lo que podría vender, mezclado con residuos de alimento podridos.

Un día la entrevisté. Fue un sábado de septiembre de 1997; lo recuerdo porque fue el día del funeral de la princesa de Gales, Lady D., en Londres. Coincidió con que la niña menor, de nombre Gabriela, acababa de encontrar en la basura una diadema de cartón y la ensayaba sobre su cabeza y su madre la increpaba para que siguiera ayudándole. Aceptó que le tomara a la niña una fotografía, no sin antes peinarla y acicalarla, para ese momento único en su vida de ser princesa.

Después de 18 años, quise saber qué había sucedido en sus vidas. La madre, ya anciana, sigue buceando entre la basura sin reciclar; la asiste su hija Gabriela, casada, acompañada de su hijo Marlon, de unos 2 años. Su hermana mayor ya no trabaja con ellas porque tiene cáncer. Obtienen escasos $ 100 dólares mensuales recogiendo cartón, papel, revistas, botellas, chatarra, latas. ¡Que saquen aparte la basura reciclada! Es lo único que piden, resignadas a seguir con la misma rutina.

Es de esperar que la ley de economía popular les cambie la vida. Necesitan quien los capacite para asociarse en cooperativas, tener un ingreso justo y acceso al IESS; y que el Municipio dicte una ordenanza que obligue al reciclado de la basura, pero de estricta supervisión para su cumplimiento. (O)

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