En 48 horas, el 2019 se irá y vendrá el 2020 (bisiesto). Tal vez, las vísperas de esta transición puedan ser vistas en las calles: conductores con prisa, creo con premisa de que están en vía rápida; peatones que olvidaron que el semáforo existe, alborotados más por las benditas cábalas (interiores de tal color, por citar); y, sin olvidar, quienes estando al frente de una moto persiguen impartir clases de “transgresión a la ley de tránsito” al momento de cambiarse bruscamente de carril, invadir aceras o salir de manera casi fantasmal cuando alguien se baja de una unidad de transporte público.
Ahora bien, reflexionando un poco en las “cábalas”, debo decir que respeto a quienes las practican. En lo personal, siempre me ha saltado la duda de su efectividad, y más cuando no hay evidencia empírica (estudio con muestra representativa) de “uso previo de cábala(s), resultados posteriores conforme expectativas”. Es más, si nos remitimos a la RAE, el término “cábala”, en su segunda acepción, se define como el “cálculo supersticioso para adivinar algo”, donde, a su vez, el término “superstición”, en su primera acepción, apunta a una “creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón”. Quizá ahora usted al leer mis líneas conoce lo que -asumo- desconocía.
Pero, más allá de lo dicho, parecería ser que nos acercamos a un fin de año más donde poco o nada hemos comprendido cómo podemos ser mejores personas y cooperar en ese gran objetivo de surgir como nación. Veamos: por un lado, unos cuantos objetivos sin cumplir y otro gran número cumplido a medias (poco esfuerzo, todo se acumula, y el consuelo: “Tengo todavía mañana”); y, por otro lado, pasamos más de 330 días gastando datos móviles en defender la naturaleza, pero la herimos cuando seguimos quemando “monigotes”, llegando incluso a difundir el hecho (más grave aún si utilizamos alguno de esos materiales explosivos que se han llevado desde manos, brazos y hasta vidas). Ojalá superemos aquello. (O)