Alguna vez escuché definir al fanatismo comparando con una persona que se encierra en un cuarto oscuro bajo candado y pierde la llave. Según Winston Churchill, fanático es aquella persona que no puede cambiar de opinión ni cambiar de idea. Si no está dispuesto a discutir los fundamentos de sus pensamientos religiosos, es un fanático religioso. Si no está de acuerdo con discutir ciertos criterios o principios políticos es un fanático político. El fanático se respalda y se fortalece imprimiendo miedo al otro. Si no aceptan sus ideas, huye.
Fanatismo y dogmatismo son hermanas e hijas del escepticismo radical. Es decir, es imposible que exista el conocimiento. ¿Su triunfo? Cuentan con la verdad absoluta. Nadie más puede detentarla...
Es importante distinguir entre la protesta social por demandas de equidad y aquella declaratoria de guerra para defenestrar a un régimen democrático. La guerra de los 11 días fue el resultado de la exacerbación correìsta de sentimientos racistas y regionalistas. El golpe de Estado no cuajó. Empero, la débil unidad nacional quedó herida de muerte. Racismo y regionalismo inflamaron o revivieron esos fantasmas siempre presentes. La polarización ha llevado a los ecuatorianos a atrincherarse en el fanatismo político.
Todos los análisis que se han hecho durante el posconflicto, intentan dar luz para la comprensión de lo sucedido. Se aplica como en el caso de la Filosofía, el Búho de Minerva solo eleva el vuelo al atardecer, cuando se ha perdido la dirección o cuando desaparece el miedo.
Como Descartes, estamos en un punto que debemos dudar absolutamente de todo y revisar todos los conceptos hasta ahora vigentes. Por ejemplo, para citar uno, hasta qué punto podemos hablar de plurinacionalidad.
Albert Einstein decía que su...”ideal político era el democrático. Todo el mundo debía ser respetado como persona y nadie debería ser divinizado.” Por más indígena, no puede ser divinizado ni idolatrado. Todos somos ecuatorianos. (O)