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El Telégrafo

Racismo, regionalismo y otros

06 de noviembre de 2011

El racismo es una manifestación de nuestra tonta vanidad humana que, en cierta proporción, todos llevamos dentro, pues costumbres generacionales unidas a una especie de temor a lo diferente y un egoísmo ancestral alientan esta situación que es común en todas las latitudes del planeta, relacionada con regiones, culturas, etnias y nacionalidades.

La palabra raza, que proviene del latín “ratia”, significa descendencia o linaje, y los especialistas en esta materia, como Blumenbach, clasificaron las principales en: blanca, negra, amarilla, cobriza y malaya, con sus respectivas subdivisiones como, por ejemplo, la blanca de origen europeo, dividida en germana, latina y eslava. Pero, sin adentrarnos en detalles, todos sabemos que el racismo y el regionalismo consisten en la hostilidad, desprecio y agresión que ejercen ciertas personas de un determinado grupo racial humano, en contra de otro grupo, por ser de una raza diferente o de una zona geográfica distinta, según el caso.

Cabe citar que, en nuestro medio, se utilizan palabras lesivas e impropias para identificar a ciertas personas de otra región, como cuando se llama a los costeños “monos”, siendo este un animal de la jungla; en contraste, algunas personas, erróneamente han llegado a considerar ofensiva la palabra “negro” que, como ya mencioné, se refiere a un grupo racial científicamente diferenciado. Lo mismo está sucediendo en otras áreas donde se han inventado eufemismos como “adultos mayores” para los ancianos, o “personas con capacidades especiales” para quienes sufren alguna discapacidad, solo para poner dos ejemplos. (Aclaro que otra cosa es añadir adjetivos ultrajantes.)

Volviendo al racismo y al regionalismo, tengamos en cuenta que cualquier comunidad (blanca, negra, indígena, costeña, serrana, etc.) que maltrate, margine o actúe en desmedro de miembros de otra comunidad diferente, por su color de piel, rasgos físicos, ascendencia, ubicación geográfica, u otra diferencia, está actuando vil y cobardemente, mostrando uno de los vicios humanos más tristes: el orgullo de creerse mejores o superiores a otros.

Recordemos que el racismo ha sido caldo de cultivo para el odio y la guerra, por lo cual, cada vez que procedemos con racismo, el mismo espíritu que oscureció el alma de aquel genocida llamado Adolf Hitler se activa en nuestro corazón; recordemos también que Jesucristo jamás hizo diferenciación de personas y, por el contrario, promovió  siempre la igualdad y la humildad.

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