En 485 años, Quito ha evolucionado su diversidad cultural y humana de manera interesante. En casi medio milenio la ciudad ha mantenido un mestizaje, forjando una cultura que aún en ebullición y que en los últimos 20 años revela nuevas manifestaciones que ocultó durante siglos, por la imposición cultural y religiosa española, como lo es la diversidad sexual.
Las tradiciones coloniales la encasillaron ante sus similares de la región, como una ciudad babilónica, que desde la visión religiosa se caracterizó por el subterfugio e hipocresía. No solo eran curas escapando por ventanillas para festines cargados de alcohol; sino placeres carnales afuera o dentro del claustro.
Algo que aún se da, según me reveló el desaparecido Julio Rivas, reconocido guía turístico de iglesias coloniales de Quito, como quien cuenta un secreto a voces. Julio conocía al dedillo cada rincón religioso del Centro Histórico y a sus santos moradores.
Se dio en personajes independentistas, como Carlos Montúfar, con el científico Alexander von Humboldt, que pese a visitar la “franciscana” ciudad acompañado de su par francés Aimé Bonpland, no dudó en alzarse al hijo del Marqués de Selva Alegre, que por sus encantos de criollo quiteño de alcurnia se lo llevó a dar la vuelta al mundo, pese a los celos del prócer Francisco José de Caldas.
Aunque aquello está registrado en una carta de Caldas dirigida a Humboldt, no existe otra memoria de historias o romances de este tipo, que destaquen en nuestra ciudad. Con el pasar de los años, otras manifestaciones quiteñas, como las viudas lloronas de fin de año, se convirtieron en el pretexto para que jóvenes se “conviertan” -con ayuda de madres y hermanas- en sensuales mujeres que, al llanto del desamparo, con coquetería piden dinero a otros hombres.
Tradición perseguida por las dictaduras y la censura religiosa, pero que ha crecido con el tiempo. Celebremos a Quito con la visión de una ciudad que hoy acoge y vive esa diversidad sin tanto atavío anquilosado. ¡Viva Quito! (O)