Aún resuena ese grito, lucha para no apagarse y por el contrario busca hacerse eterno; es ese grito que sale del corazón, que nubla la vista y emociona hasta las lágrimas. Es ese grito que no sabe de diferencias sociales, tampoco de género; es el sentimiento que se transmite de generación en generación, del abuelo que se marchó sin ver a su equipo campeón y de ese niño que, como una postal futbolera en medio de la popular, de la mano de su padre -vistiendo orgullosos los mismos colores y bañando sus mejillas-, no para de gritar: “¡Quito, campeón!”.
El cuadro de la Plaza del Teatro vive el momento más importante en su historia, logró, y de manera legítima, su quinta estrella.
La primera de ellas la alcanzó en 1964 de la mano de Juan Ruales, en el 68 Ernesto Guerra redondeó una campaña espectacular para lograr el segundo título; de ahí para adelante debió soportar una larga sequía sin títulos, una época en la que caminó al filo del precipicio, luchando por no descender; sufrió humillaciones y postergaciones. La hinchada se alejaba y moría, no tenía nada que festejar. Se requería urgentemente un cambio; cambiar la historia y volver a ser protagonista en los torneos nacionales.
El 2008 fue un año importante para la institución. Fernando Herrera, como presidente, supo entender el pedido hecho clamor de la hinchada y apostó todo por el campeonato.
Realizó una inversión enorme. Criticado por muchos por “hipotecar al club”, contrató a Carlos Sevilla y luego de cuarenta años, ante la sorpresa de propios y extraños, logró un título que permitió relanzar y potenciar al equipo.
Fue una poderosa inyección para la institución y para la hinchada, que despertó de su letargo y retornó a los estadios. Sin duda que hoy, a la luz de los resultados, se valora más la gestión de aquella comisión directiva que empezó a escribir otra historia.
Al año siguiente Jorge Burbano toma el testigo en la presidencia y, en una decisión polémica y controvertida, deja sin efecto el contrato de Carlos Sevilla.
El técnico que había devuelto la alegría y lo llevó al título quedaba al margen, en su reemplazo llegó Rubén Darío Insúa, resistido al principio, aclamado al final cuando dio la cuarta vuelta olímpica para la “noble institución”.
La temporada fue difícil en el aspecto dirigencial, Ricardo Acosta asumió el mando por un breve lapso y finalmente Santiago Rivadeneira finalizó el año como máximo dirigente. En resumen, tres presidentes para una vuelta olímpica.
Considero que es importante retroceder en el tiempo para valorar en la justa medida lo que ha realizado Deportivo Quito en este período. Ante todo se pensó y se trabajó por y para la institución, se dejaron de lado los enfrentamientos internos, se cambió la división por la suma y la multiplicación.
Dirigentes visionarios, empresarios de éxito -con Fernando Mantilla a la cabeza- apostaron a fórmulas económicas para solventar y financiar al club, el marketing se lo ha manejado de manera prolija y positiva.
El club vive otra realidad. Hay cuentas pendientes que deberán resolverse, como aquella del SRI que se ha convertido en el principal rival de este “nuevo” Deportivo Quito, que el domingo anterior consiguió el tercer título en los últimos cuatro años, algo que ratifica y pone de manifiesto el notable éxito de todos los estamentos que hacen el equipo del nombre bonito.
El D. Quito festeja un campeonato logrado con sobra de merecimientos, los números que adornan su campana son fríos y contundentes. Disputó 46 partidos, logró vencer en 26, empató en 11 oportunidades y perdió 9 cotejos, marcó 75 goles y encajó 40, sumó 89 puntos y derrotó en la final a un digno rival, Emelec.
Carlos Ischia logró conformar un plantel sólido en defensa, dinámico y generoso en el medio campo, potente y resolutivo en el ataque. Un equipo campeón.
Por esto y más, ese grito no quiere silenciarse, porque en los últimos años ese grito tiene colores, se ha teñido de azulgrana. Es la recompensa al esfuerzo, al trabajo, a la planificación; es el premio a la coherencia y la lógica.
Es por eso que el niño en la postal futbolera se aferra a la mano de su padre y en memoria de su abuelo continúa gritando: ¡Quito, campeón...!