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El Telégrafo

¿Quién se llevó mi queso?

19 de junio de 2011

La riqueza primaria de un país está en su tierra y en Ecuador tenemos mucha, abundantes  recursos naturales, tierras productivas y territorios inexplorados, en teoría somos un país rico. El inconveniente para que la mayoría poblacional viva en la pobreza es la irracionalidad productiva, siendo la falta de conocimientos agropecuarios básicos la más urgente.

Al igual que con el petróleo, con la producción agrícola hacemos lo mismo, vendemos oro en bruto, pero el que hace dinero es el comerciante de joyas. 

Los agricultores mayoritariamente viven –muy mal- de labrar la tierra con la tecnología de hace dos siglos y venden su producción el mismo día de la cosecha, nadie les ha enseñado a procesarla, preservarla y hacerla más rentable.

Producen en pequeñas parcelas individuales y necesitan incentivos estatales para la producción cooperativa en forma de préstamos más bajos en tanto más asociados  sean, al paso que se elimina la violencia por tierras. Son pocos los que tienen acceso a mecanizar los procesos y un tractor liberado de gravámenes debería estar al alcance de los campesinos cooperados. Un tractor a cada campesino no es sostenible.

Asociados y con grandes volúmenes de producción, cambiarían las estrategias de comercialización -que no existen-  salvo por unas cuatro  empresas que aprovechan esta falencia y han creado un oligopolio que sume en la pobreza al campesino, que o les vende a precio de regalo y sale a un mercado donde cae en la voracidad del pequeño comerciante, en tanto los consumidores seguimos limitados a productos aporreados de mala calidad, industrializados a precios caros, o peor, a  comprar importados.

Para salir de la pobreza hay que organizar -cooperativizar- la producción ya existente, reglamentar la comercialización y poner la tecnología de bodegaje, procesamiento y embalaje  al alcance de los agricultores vía tv e importaciones estatales, con lo cual  aumentarían sus ingresos, exportaríamos  productos secundarios más rentables y menos caros de transportar; y, convertiríamos al campo en lo que debe ser, un sitio ideal para vivir.

La realidad pecuaria es más evidente, mientras en los países europeos –que vengo de recorrer estos días-  en cada pueblito existen docenas de tipos de quesos que mientras más maduros más muestran sabores, usos, gastronomía, identidad,  innovación y comida siempre al alcance; acá tenemos –mayoritariamente- queso fresco que muestra  lo rudimentario de nuestros procesos, la inmediatez de nuestras aspiraciones y lo efímero de nuestros sueños.

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