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El Telégrafo
Mariana Velasco

Quién lo probó, lo sabe

31 de agosto de 2022

Septiembre, en Ecuador, moviliza a 1,7 millones de estudiantes de la Sierra y Amazonía, en el retorno progresivo a clases cien por ciento presenciales, en medio de la pandemia del covid-19 y el aumento de casos de la viruela del mono. Los establecimientos educativos deben cumplir con normativas previamente establecidas por el ministerio del ramo.

A pesar del descrédito con el cual se pretende tildar al magisterio, la experiencia de ser maestro se disfruta y se padece, se inventa y se reinventa, tiene dimensión de historicidad, pero también de futuro. 

La profesión duele, porque siempre existe la sensación de no hacer bien o de no cerrar las cosas, además de estar obligado a llevar un corsé asfixiante: currículum inabarcable y mal enfocado, burocracia excesiva, pruebas (…). Al final de la jornada, los problemas sistémicos persisten.

Estar en las aulas todos los días es también ver a niñas y niños en situación de vulnerabilidad y sufrimiento a los que la ignorancia, la insensibilidad y la falta de voluntad política están abandonando a su suerte.

Se les culpa de todo lo malo y no se les atribuye nada de lo bueno. Y las instituciones y políticos no tienen ningún reparo en convertirlos en ‘chivos expiatorios’, cuando muchas veces, la mayoría, hacen que pierdan el tiempo, la fuerza y la paciencia en temas burocráticos.

La labor del maestro no es tan sencilla como muchos pueden suponer. Esta profesión   conlleva responsabilidad que debe ser asumida con profesionalismo y para ello se requiere sensibilidad, comprensión, tolerancia, paciencia para atender las necesidades de aprendizaje demandadas por los alumnos en el entorno social y cultural en el que co- habitan. 

Por grandes maestros que motivan e inspiran, se mueve el mundo. Enseñar es, sin duda, mostrar las capacidades que se esconden dentro de cada ser humano, al tiempo de dejar huella en nuestras vidas. Existen maestros que buscan no sólo la enseñanza y aprendizaje de sus estudiantes, sino formar en los educandos un pensamiento crítico y de transformación.

El magisterio es una función humana que siempre me causa un respeto imponente por las repercusiones que puede llegar a tener, su buen o mal ejercicio, sobre cualquier individuo en particular y sobre la sociedad, considerada ésta como el resultado de la integración de todas las individualidades.

Y qué decir sobre la excelencia, de la superior calidad o bondad que hace digno de singular aprecio y estimación. El surco que deja un maestro en sus alumnos es indeleble, en la mayor parte de los casos.

Al entender que la educación en principios y valores es una responsabilidad de la familia (básicamente de padres y abuelos), quiero hacer hincapié en los que debe poseer un buen maestro para reforzar dichos postulados y valores desde la docencia.

Cariño y respeto al maestro con marcadas competencias, es decir: pericia, aptitud, idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado. Es momento de aplaudir su vocación, dedicación, amabilidad, generosidad al volcar todos sus conocimientos a los alumnos; responsabilidad, entendida como la capacidad de responder, empatía y humildad, al no creerse por encima del bien y del mal.

En cada clase, el despertar interés, debe ser un desafío; es decir, buscar en sus pupilos desarrollar curiosidad intelectual. Asertivo al impartir cátedra y un ejercicio de autoridad en el mejor sentido de la palabra. Sin duda, son fuente luminosa y permanente de conocimiento e información.

Admiro y aún lo hago, esa capacidad de una escucha activa, a la par de su apertura mental, que evita prejuicios y rompe tabús. No quiero decir con esto que un buen maestro deba cumplir todas y cada una de las competencias mencionadas, ni en grado sumo, ni en todo momento; aplican y dosifican cada una de ellas en función de las circunstancias. Hay quienes además se encargan de garantizar la transmisión del conocimiento a las siguientes generaciones de modo que, con sucesivas aportaciones, la humanidad siga progresando en la buena dirección. Lo llamo generosidad.

Me queda la esperanza de que, si se consiguiera un mínimo nivel de excelencia en buena parte de los valores y competencias descritos anteriormente, tal vez se pudiera recuperar aquella figura del maestro-modelo-espejo en el cual todos los alumnos nos mirábamos y, de ese modo, llegar a erradicar esa moderna perversión de la violencia en las aulas, tan insólita para nuestras generaciones.

El plano del maestro se eleva sobre la responsabilidad de desempeñar una tarea que le obliga dar al máximo y de la cual deriva su autoridad; el del alumno ,se asienta sobre el respeto que debe a quien enseña y sobre su propia voluntad de aprender, porque la relación educativa  tiene también un componente imprescindible que pone únicamente el alumno y que está relacionado con su actitud ante el aprendizaje, el trabajo cooperativo, la importancia del conocimiento y ante el proyecto de su propia vida. Profesores y alumnos ponen cada día en juego lo mejor de ellos mismos.

Ser maestro es una de las profesiones más lindas. Quién lo probó, lo sabe.

 

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