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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

¿Quién era ese indígena anciano?

28 de enero de 2018

Si viajáramos en el tiempo, a Buenos Aires en el año de 1822, veríamos desembarcar de una fragata inglesa a dos ancianos.  El uno, envuelto en sotana, con una nariz de garfio y ojitos pequeños, vivaces. El otro, vestido casi de harapos, como de pobre campesino español, pero con un porte y una mirada que lo hacían lucir como un rey destronado. Tenía, también, una nariz pronunciada, y unos pómulos como tallados en piedra.

Era un indígena latinoamericano que había navegado dos meses desde España, y había pasado los últimos cincuenta años de su vida prisionero en ese país, en una mazmorra. Al ser anciano había quedado libre, y a pesar de su porte lleno de dignidad, el otro anciano, el de sotana, lo trataba con menosprecio, como si fuera su esclavo.

La pareja se perdió por las callejuelas retorcidas y llegó hasta el convento de Los Agustinos. Allí, en un cuartito húmedo y oscuro, al fondo del jardín, al indígena anciano le dieron un catre y todos los días le hacían llegar un platillo con algo de comida.

Tiempo después, un periódico llamado Crónica Política y Cultural de Buenos Aires, informaba acerca de él: “Falleció, a los noventa años, Juan Bautista Túpac Amaru, quinto nieto en línea directa de los Incas del Perú.”  

Don Juan Bautista nunca fue sepultado en un cementerio porque su abuelo Túpac Amaru I, el último Rey Inca, varios siglos atrás, había sido excomulgado. Nunca se supo dónde reposaron los huesos de este anciano humillado, lleno de historia y dignidad.

A pesar de las soberbias, en la vida, como en el ajedrez, reyes y todos los demás, con o sin sotana, terminan en la misma caja.

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