Todo gobierno que se precie de revolucionario necesita la participación de ciudadanos que sean verdaderos pensadores, ágiles y oportunos agitadores y mandos medios disciplinados. Todos con el común denominador de la verdadera dureza. De esa que empieza cuando se es duro contra sí mismo. Solamente quien es duro consigo mismo tiene el derecho de ser duro contra cualquiera.
Todos los funcionarios de primer nivel, y más aún si están cercanos al Presidente de la República, jamás deberían demostrar miedo alguno. A nada ni a nadie. Y nunca recurrir a esa pose cursi del aparente desdén, para no enfrentar a quienes les salgan al frente. La muletilla de no pelearles, “para no hacerlos grandes”, es el peor de los miedos porque los vuelve repulsivos a los ojos del pueblo.
Si se continúa reemplazando el fondo por las puras formas, trivializándose cada vez más y dejando de lado toda capacidad contestataria, las masas ávidas de cambios van a entender que la opulencia y la fama habrán corrompido al afán revolucionario de hace cinco años atrás.
No se puede mantener sistemática y cobardemente la cabeza escondida en el hoyo como hace el avestruz. Es propio de insensatos guardar en carpetitas muy elegantes y ordenadas los problemas que deben enfrentar, y cada semana revisarlos para ver cuáles se solucionaron mágicamente, sin haber hecho nada. Esa es la manera más segura como los gobiernos van creando las graves consecuencias políticas y sociales que obligan al pueblo a quitarles su respaldo.
Solo los espíritus generosos y fraternos son capaces de emprender el viaje hacia la ruptura de las consuetudinarias, infames y retrógradas estructuras sociales. La pose decadente, el gesto inútil y el embeleco improductivo no deben tener cabida en la nave que comanda Rafael Vicente Correa Delgado.
La ciencia infusa aconseja que tiene mucho riesgo cambiar de caballo cuando se está cruzando un río, pero no cuando se tiene a la vista una larga senda por recorrer. Posiblemente, la praxis política adquirida en los últimos cinco años esté inclinando al único líder de la Revolución Ciudadana a mirar hacia algunas áreas del gobierno, y a las modosas y fatigadas cabalgaduras que perdieron el rumbo, las remplace por jóvenes y briosos corceles dispuestos a llevar al país hacia las excelsas cumbres.
Si decide hacerlo, en las masas se acrecentará la esperanza de mejores días, porque escobas nuevas barren mejor que las desgastadas. Y la babosa oposición va a estar quieta durante buen tiempo, esperando conocer el nivel de respuesta al cual pueden llegar las nuevas piezas de la maquinaria gubernamental.
Si no lo hace, igual ganará la reelección. Pero no contará con el aplauso de todo el país, porque se le estaría negando ese deleite que experimentan los asistentes a un combate de box, cuando observan que el excelente peleador que sufrió golpes bajos logra asimilar el maltrato y retoma el combate con renovado brío, demostrando su decisión de noquear al adversario.