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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

¿Queréis hacer desgraciado a alguien?

Historias de la vida y del ajedrez
03 de septiembre de 2015

Decía el cura Juan Bautista Aguirre, en el siglo XVIII, que no le gustaba Quito. Y afirmaba: “Es su situación tan mala, que por una y otra cuesta la una mitad se recuesta, la otra mitad se resbala” Más allá del sarcasmo, Quito es un manjar para esos voyeristas del pasado llamados historiadores. Aquí cada piedra puede contar historias. Y en especial si son piedras pequeñitas, porque en esta ciudad, sucedió lo siguiente.

Noche de enero, año 1649. Caía una llovizna tierna, y en la iglesia de las monjas franciscanas, mientras ellas dormían, manos desconocidas cometieron un robo sacrílego que la ciudad no podía resistir, y que originaría algunas escenas de terror que terminaron en muerte.

Cuando el capellán llegó a celebrar la misa, encontró que el tabernáculo estaba violentado, y que no estaban ni las hostias ni el copón. En menos de una hora la ciudad toda conocía del sacrilegio y faltaba aire para que pudieran caber los lamentos y oraciones gritadas a todo pulmón pidiendo perdón a Dios y castigo a los malignos. Como hormigas enloquecidas, el obispo y los curas, monjas y acólitos, corrían de iglesia en iglesia buscando explicaciones, seguidos por tropeles de fieles en un caos infernal. Entonces se conoció otra noticia:

Una recua de mulas que venía por una cañada, de repente se postró de rodillas en señal de adoración. El arriero miró y encontró el sagrario roto y, entre escombros y desechos orgánicos, algunas hostias que eran devoradas por insectos. Conocido el suceso, el Obispo pronunció la amenaza: “Malditos y excomulgados aquellos que ocultaren a los sacrílegos. Que sus mujeres queden viudas y sus hijos huérfanos. Maldito el vino, el pan, la carne, el agua, y cualquier cosa que consumiesen. Que todas las maldiciones y venganzas de Dios vengan sobre ellos…”

El pueblo de Quito, todo, asistió a misa cada día, y todos vistieron de luto profundo. Se multiplicaban las rogativas, hasta que se hizo el milagro. Una india de Conocoto denunció a los ladrones que eran tres indios y un mestizo. Tan pronto fueron apresados, confesaron y se dictó la sentencia. Fueron arrastrados, vivos, por entre las piedrecillas más finas de las calles quiteñas y llevados hasta el convento donde, ya agónicos, fueron ahorcados, y descuartizados para que sus cuerpos no tuvieran sepultura ni sus almas reposo. Esto sucedió un 26 de abril en la franciscana ciudad.

Alguien decía que si se quiere hacer desgraciado a alguien, hay que enseñarle a jugar ajedrez. No. Si se quiere hacer desgraciado a muchos, hay que enseñarles otras cosas distintas al ajedrez, porque en el tablero nadie se avergüenza de ningún sacrificio.

1: TxPT !; TxT
2: P7A y el blanco tiene nueva dama.

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