El rito del paso de un año a otro en el calendario, la quema de año viejo, constituye uno de los símbolos más significativos de la cultura popular ecuatoriana. Se quema lo malo, lo feo, lo anacrónico. Quemamos en la familia, en el barrio, en la universidad, en la oficina, en la fábrica. Tanto los sectores populares como los estratos medios queman su monigote. Se quema a familiares, amigos o personajes públicos. A veces, incinerar es un acto de homenaje, aunque generalmente es una burla mediante la cual se exorcizan los malos momentos, las desventuras, las malas acciones. Especulo que el personaje más quemado en Ecuador este año fue el exvicepresidente, hoy encarcelado. Así los ecuatorianos pretendemos exorcizar lo más nefasto de la etapa política anterior: la corrupción, el autoritarismo, la prepotencia. Durante el correísmo hasta quemar los monigotes suponía un acto cuasi subversivo, aún recordamos el juicio a un artesano quien diseñó el monigote de un borrego durante un fin de año anterior. Hoy hubo mayor libertad y soltura para diseñar y quemar los viejos, más allá de que el mal clima dificultó la simbólica pira.
Las tradicionales viudas que lloran al año viejo son un componente indispensable de la puesta en escena. Se da rienda suelta al travestismo y se liberan los tabúes. En las redes se dice que en la decadencia del correísmo han surgido nuevas viudas, que lloran la muerte política de su líder. Las viudas de los años viejos, en cambio, rebosantes de alegría interrumpen el tránsito para pedir una moneda y mostrarse en toda su exuberancia. Se ha quemado lo peor del correísmo y se recomienza con una buena señal, la consulta popular, en la que estamos seguros de que el propio Correa se llevará su primera gran derrota electoral, porque otras derrotas ya las tuvo en su prematuro regreso. La consulta es un signo alentador en medio de un panorama político confuso y abigarrado, en el cual coexisten las distintas facciones de Alianza PAIS, que no terminan de decantarse. Aunque algunos personajes en funciones públicas, según últimas noticias, parece que estaban esperando los aguinaldos de diciembre para que se revele su conciencia correísta y renuncien a sus prolongados privilegios.
Quemarlo todo y recomenzar es vital para los ecuatorianos hoy, pues requerimos una buena dosis de optimismo luego de tanto latrocinio. Esto no implica un afán refundacional, o simplemente borra y va de nuevo. Se trata, más bien, de un proceso de catarsis colectiva para proyectarnos a este nuevo año con mayor esperanza. (O)