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El Telégrafo

¿Que vivan las reinitas?

14 de septiembre de 2011

Hay un rito perverso en cada elección de las reinas de pueblo, ciudad, país o del “universo”. Y también un revuelo mediático. Nunca una sospecha y menos una crítica pública. Revela nuestros complejos, pero nos hacemos los locos. Construye dramas hasta sacarnos lágrimas. Ocurre como si fuese parte del paisaje y en ello los medios ayudan cualquier cantidad, gracias a que los auspicios forman parte también del entramado comercial, “cultural” y hasta morboso de cada evento. Las “mentes brillantes” de la televisión lucen sus mejores neuronas.

¿En cada evento de estos vivimos la sublimación de la estupidez?

Esta ocasión nuestra Miss Ecuador podía ganar, todos lo decían: es guapa, rubia, ojos verdes, sin ninguna cirugía y, además, habla cuatro idiomas. Casi perfecta. Y para colmo, le gana una negra de Angola. ¿Qué le faltó? ¿Por qué perdimos? Y digo en plural porque la derrota nos huele casi como no haber clasificado al Mundial o perder la Copa Libertadores. Sospecho que perdieron algunos comerciantes, publicistas, estilistas y hasta periodistas faranduleros que imaginaban que si nuestra Miss estaba entre las 16 o entre las finalistas seríamos absolutamente felices y desde hoy la vida sería más hermosa.

¿Hasta cuándo los ecuatorianos nos vamos a lamentar por ser feos, dentro de los patrones de las transnacionales de la supuesta belleza? ¿Por qué dependemos de un concurso absolutamente comercial para definir nuestra identidad estética? ¿Qué figuras femeninas debemos copiar para sentirnos en sintonía con los patrones estéticos del universo?

No escucho respuestas desde los movimientos de mujeres, menos desde las lideresas políticas que con tanto afán hablan de los derechos de las mujeres, y tampoco desde aquellos que proclaman y luchan por terminar con el sexismo. ¿Hay una hipocresía generalizada? Sí, porque esa clase de eventos es una pantalla para valorar a la especie más codiciada por unos machos cargados de libido potente que autoafirme su virilidad, pero ante todo por los complejos que revelan nuestras sociedades machistas, aupadas por mujeres sometidas a su propia dominación.

Los concursos para elegir reinitas en los pueblos y ciudades de nuestro país son un rito que revela mezquindades,
somete a las jóvenes a exhibicionismos morbosos y donde confluyen todas las taras que luego, en algunos casos, se expresan en femicidios, crímenes de odio y violencia sexual e intrafamiliar.  Me atrevería a decir que, de algún modo, también son parte de los resortes de esa otra violencia que no forma parte de los análisis de inseguridad.

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