Las elecciones del pasado domingo en Venezuela estimulan algunas reflexiones y colocan en una dimensión política histórica medular y gravitante el proceso desarrollado en ese país. Ya nadie duda del triunfo, ni el propio Henrique Capriles, si nos atenemos a la llamada que le hizo a Nicolás Maduro. Salvo Estados Unidos que parece no entender el mecanismo electrónico de votaciones, ni que uno de sus expresidentes, Jimmy Carter, declaró al venezolano como el mejor sistema electoral del mundo.
Ahora bien, el estrecho margen de votos también revela otros temas. El primero que salta a la vista es que el chavismo perdió votos porque no era Hugo Chávez su candidato y porque en ese país la derecha ha cosechado esos votos por los errores, fallas o debilidades del proyecto bolivariano. Ni siquiera porque Capriles muestre una salida política y económica a los problemas que aquejan a los venezolanos. Al contrario, la respuesta violenta de la derecha (siete muertos y una centena de heridos, casi todos de seguidores del Gobierno) prueba cómo está de desesperada y a dónde puede llevar la disputa política, sin desconocer que desde el chavismo podrían saltar respuestas duras, al ser gobierno y contar con el aparato de represión. Pero con todo y eso, está más claro que nunca el espíritu del proceso bolivariano, como lo describió William Ospina en un artículo memorable (Chávez: una revolución democrática), tras la muerte del líder venezolano:
“Nadie puede ignorar la importancia de lo que ocurre, nadie puede ignorar la enormidad de los problemas urgentes que ha enfrentado, la enormidad de las soluciones que ha intentado y sin embargo se ha cumplido en un clima de paz, de respeto por la vida, en el marco de unas instituciones y atendiendo a altos principios de humanidad y de dignidad.
Los opositores, que son muchos, lo negarán, como es su derecho, y la prensa de oposición en Venezuela, que es casi toda, afirmará que estos tres lustros han sido de persecución y de censura, como lo han dicho a los siete vientos con todos los recursos de la comunicación moderna en estos trece años. Pero los opositores no pueden negar la generosidad de propósitos de este proceso, así como el chavismo no puede negar la civilidad de sus adversarios, en un continente donde ha habido contrarrevoluciones más feroces y sanguinarias que las revoluciones a las que combatían”.
Nicolás Maduro tiene dos retos enormes que solo se revelarán en su plenitud cuando, superados los dolorosos momentos de la desaparición física de Chávez y la tensa situación post electoral del domingo pasado, ejerza la presidencia, tome decisiones y administre la vida política de ese país.
El primero: la continuidad del proyecto bolivariano en sus más esenciales fibras y en los postulados fundamentales. Le corresponde dar seguimiento a muchas de las políticas que sacaron de la pobreza a millones de venezolanos, que les dio dignidad y alteró el equilibrio de poder en un país donde las oligarquías han sido siempre arrogantes, derrochadoras, para nada soberanas, poco cultas y con una ambición enorme. Eso implica firmeza en los principios fundamentales y una coherencia ideológica en todos sus mandos.
Segundo: hacer la diferencia y construir su propia identidad política. Y ello empieza por definir un discurso y hasta una retórica particular para abordar las urgencias y las demandas fundamentales. Si se revisa con lupa su discurso tras la victoria electoral y el de posesión se advierten algunos rasgos de lo que puede ser el estilo y la marca de Maduro. Ha hablado de rectificación y hasta de medidas administrativas y de política económica que no se escuchó en la voz de Chávez.
Pero no olvidemos que Maduro no es un militar, tampoco que está solo y no tiene el carisma de su predecesor. Afronta la urgencia de construir su propio signo y para ello el ejercicio político es el mejor catalizador. Tiene una larga experiencia política y como canciller mostró una calidad humana que ahora muchos desconocen. Vive el momento cumbre de su vida y ahí saltan a la vista sus virtudes y defectos, pero también es cierto que lidera un proceso complejo y colectivo, largo y sembrado con mucho vigor.
Venezuela votó por la continuidad de ese proceso y la otra mitad demandó cambios, pero los millones de venezolanos que salieron de la pobreza no dejarán que la derecha les devuelva a esa condición. Es más, el debate para esos ciudadanos es su calidad de vida, algunos al salir de la pobreza han pasado a ser consumidores y exigen mejores y mayores beneficios. La empresa en general pide políticas públicas para estimular la producción y no depender del ingreso petrolero. Y Maduro sabe, porque lo ha dicho, que ahí está su mayor reto y diferenciación con Chávez.