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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Qué deberían leer, los que no sabían leer

Historias de la vida y del ajedrez
11 de junio de 2015

De niños pasábamos alguna temporada en el campo al lado de campesinos que nos facilitaban la vida y con los que compartíamos más de un momento. En alguna navidad supimos que uno de aquellos niños empezaba a estudiar en la escuela del lugar. Así que en las siguientes vacaciones llevamos libros y lápices de colores y cartillas, para el nuevo estudiante. Pero la noticia fue triste. “Ya no estudio. Mi mamá me dijo que si ya sé sumar y escribir mi nombre, para qué más. Y además me dijo que los que leían mucho eran locos peligrosos.”

No recuerdo el nombre del niño, pero sí el de la madre. Se llamaba – imposible olvidarlo - Pastora de la Piedad. Aquello nos marcó tanto que, muchos años después, cuando hablábamos de alguien que en medio de su ignorancia se ufanaba de saber mucho, siempre decíamos que se parecía al hijo de Pastora.

Lo que asusta es que Pastora de la Piedad, al parecer, alguna vez abandonó su casa campesina y llegó al poder en tantos gobiernos, que nadie lo podría imaginar.

Gobernó, por ejemplo, en Argentina. Allí la dictadura de los años 70 prohibió la lectura de El Principito, “obra subversiva que alienta una ilimitada fantasía”, dijo un bando militar. También prohibieron un cuento de Elsa Bornemann llamado Un elefante ocupa mucho espacio premiado internacionalmente, porque contaba de una huelga de animales, Enseguida advirtieron a otros escritores de cuentos infantiles: no hablar de niños morenos o pobres, no mencionar la palabra trabajo, ni alpargatas, entre otras, porque eran “preparatorias para el pensamiento y el accionar subversivo.”

El tango cambalache fue prohibido en radio y televisión. No era admisible aquello de “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor… los inmorales nos han igualao” Al final hubo una quema con asesoría de la iglesia argentina, de más de un millón y medio de libros en una fogata que ardió al aire libre durante tres días. Muchos de ellos figuraban en la lista de prohibidos por el mismo Vaticano: Rabelais, La Fontaine, el de las historias de animales, Descartes, por aquello de pienso, luego existo, Copérnico, Galileo, Kepler, Balzac, Victor Hugo, Michel de Montaigne, Pascal, el matemático místico, Maurice Maeterlinck, SchopenhauerNietzsche, Erasmo de Rotterdam,  Flaubert, Thomas Mann, Freud, Zweig. Eran los mismos quemados por los nazis años atrás. Y no era coincidencia.

Cuando una hoguera de libros alumbra, es porque se ha apagado la inteligencia y la dignidad. En ajedrez, en cambio, lo que siempre brilla es el talento. En este caso, el negro deslumbra:

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