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Ecuador, 04 de Octubre de 2024
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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

¿Qué país queremos?

04 de agosto de 2015

Ecuador, en su reciente etapa política, ha transitado por lamentables episodios que sucumbieron con las esferas institucionales en el marco de un alto desprestigio de la cosa pública. Así se entronizaron grupos de poder, que aprovecharon las circunstancias electorales para apertrecharse en cargos de influencia gubernamental.

Nuestra historia última, en tal sentido, describe momentos álgidos de ascenso y posterior declive de regímenes ineficientes, corruptos y desprovistos de sensibilidad social.  Bucaram (1997), Mahuad (2000) y Gutiérrez (2005) son la clara muestra de esa descomposición política vivida en cada período descrito, en donde se caracterizaron el mal manejo de recursos, el tráfico de influencias, las oscuras relaciones entre sectores oligárquicos y gobernantes de turno, la influencia de la banca y el afianzamiento de los oligopolios, las prácticas clientelares desde los andamiajes ministeriales, el estilo demagógico de aplicación de planes oficiales, la retórica burda y torpe, el baile y el cántico en la tarima, la lisonja carente de sentido crítico en los crecientes niveles burocráticos confundidos en militancias efímeras.

Si bien hay singularidades ajustadas a cada ciclo dicho, no obstante, les entrelaza una orientación en común: el apego sin concesiones al neoliberalismo -añadiendo una vergonzante sumisión extranjera-, con consecuencias nefastas respecto de la aceleración de los índices de marginalidad -tras la aguda situación de desempleo- y de la pauperización económica de considerables segmentos de la sociedad, quienes a través de la protesta y la respuesta contestataria repudiaron las recetas salvajes del capitalismo, a tal punto que las revueltas gestadas por los actores sociales derivaron en derrocamientos al orden establecido.

En tal contexto, se genera aquella opción de volver a tener patria -tan bien pensada en la década del 40 del siglo anterior por Benjamín Carrión-, siendo el actual presidente Rafael Correa quien enarbolara este principio desde 2006 en que emerge como una alternativa ante el ambiente de desgaste y putrefacción del esquema político partidario nacional.

La Revolución Ciudadana marca un hito en aquellos aspectos inherentes a la restitución de la confianza poblacional frente al rol estatal, así también, a la visible inversión pública, reforma jurídica, reducción de las inequidades, estabilidad económica, adecuada planificación técnica, reivindicación soberana, actitud integracionista (especialmente en la geografía latinoamericana). Cabe subrayar la priorización en áreas vitales del desarrollo humano: salud y educación. Sumado a esto, la vialidad, infraestructura física, servicios públicos.

Cabe recordar desde el sentir ciudadano -hoy tan caldeado en las calles- los malogrados gobiernos de la aciaga trilogía (Bucaram, Mahuad y Gutiérrez), cuya ejecución de políticas fueron contrarias al anhelo popular.

Las escuelas, universidades, hospitales, carreteras, viaductos, viviendas, que la Revolución Ciudadana construye no son el resultado de la improvisación, sino de un plan nacional que pretende la inclusión, justicia y dignidad de todas y todos. Este es el país que queremos -de firme mirada hacia el futuro-, mas no el que ciertos sectores -con el retrovisor del pasado- pretenden inducir a través del caos, la confrontación y crisis democrática. (O)

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