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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

¿Qué nos pasa?

31 de agosto de 2016

La noticia es escueta, y afortunadamente los medios no se han cebado en ella, pero no deja de ser terrible: la principal sospechosa del asesinato y la desaparición de una reconocida ginecóloga quiteña es su hija menor, una muchacha de diecinueve años. Hace algunas semanas, otra noticia estremeció a la ciudad: una niña, menor de edad, de apenas once o doce años, apareció sin vida en el patio de su escuela, y esto ocurrió después de su desaparición la tarde anterior. Dos mujeres de diferentes edades, en diferentes circunstancias, pero que comparten una dolorosa circunstancia: una sorpresiva e inesperada muerte en circunstancias extrañas.

No es el Ecuador, salvo deshonrosísimas excepciones, un país que se caracterice por la aparición de asesinos seriales o cosa parecida. Sin embargo, sí es un país en donde se han visto algunos casos de femicidio, varios de ellos realmente escalofriantes. Es, además, un país con una altísima tasa de violaciones y de violencia intrafamiliar.

Sin embargo, los decesos mencionados en este artículo tienen una impronta perturbadora que deja algo mucho peor que un simple mal sabor de boca. En el caso de la pequeña, no se sabe, o al menos no se tiene noticia ninguna de las circunstancias en que se dio su deceso, y da mucho que pensar en relación con la seguridad de los menores, y sobre todo de las menores de edad en los centros educativos. ¿Cómo es que una niña desaparece misteriosamente y al otro día se encuentra su cuerpo sin vida abandonado en medio de un patio, en una zona de juegos infantiles? ¿Qué ocurrió antes de tan triste desenlace? ¿Al cuidado (o al descuido) de quién estaban la niña y sus compañeros para que los sucesos terminaran de esa manera?

El otro suceso resulta más perturbador aún: si bien todavía no se ha llegado a conclusiones, existen sospechas que relacionan con el hecho a la hija menor de la médica, quien, además, fue asesinada a golpes, con una saña espeluznante.

No se trata de emitir juicios de valor, no se trata de rasgarse las vestiduras en un mundo que de por sí es violento y en donde a veces el horror se nos presenta desnudo y de cuerpo entero sin que medie ninguna clase de filtro. Pero sí se trata de hacer algunas simples preguntas: ¿qué nos pasa? ¿Qué le sucede a nuestro mundo, a nuestro entorno, a nuestra sociedad, a nuestra vida familiar? ¿Por qué estamos tan desprotegidas (y lo digo porque ambas víctimas son mujeres) ante una violencia tan brutal? ¿Qué está fallando en una sociedad en donde la principal sospechosa del asesinato de una mujer responsable y trabajadora es su hija menor? ¿Por qué el cadáver de una niña aparece, no en un basural, no en un terreno baldío, no en un descampado, no oculto en un bosque lejano, sino en el patio de su propia escuela?

Muchas preguntas, dolorosas, perturbadoras, inquietantes. Y casi ninguna respuesta. Como dijo el gran psicólogo suizo Carl Gustav Jung, es en la mente y el corazón de los humanos donde puede nacer el más grande horror. Y es eso lo que vemos en estos dos hechos que, más allá de las estadísticas y las declaraciones, deberían ponernos en alerta no solamente ante los sucesos escuetos y desnudos, sino ante aquello que se incuba lentamente en nuestros pensamientos y en nuestros sentimientos. (O)

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