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El Telégrafo

¿Qué hacer? (1)

20 de mayo de 2011

En el siglo anterior  en  1902, Vladimir Uliánov, universalmente conocido como Lenin, publicó  un ensayo ideológico-político  magistral, en el que expuso  las concepciones  del quehacer revolucionario y de las opulencias y virtudes  de la democracia  socialista, expresiones y visiones de análisis fundamentales  de situaciones y realidades  concretas de cualquier país que lucha por  cambios verdaderos en su estructura social.

El 7 de mayo  pasado  el pueblo ecuatoriano coronó una gran victoria electoral, como manifestación de sus ideales de justicia y libertad  que lo han animado siempre. Una vez más  en las urnas electorales, en  ejercicio directo de su soberanía, ha ratificado la necesidad y la certeza  de que un destino mejor y provechoso  para todos es posible.

La propuesta de reformas  sustanciales para  el sistema de justicia -establecidas en la Constitución de Montecristi- y la consulta al soberano sobre otros temas destinados a modificar viejas  y nocivas actividades contra la moral pública,  han sido aprobados por altas mayorías ciudadanas, sustentando un respaldo muy importante  al Gobierno del presidente Correa y solventando  una victoria histórica e inobjetable de la patria ecuatoriana, en  búsqueda incansable por mejores días para la totalidad de sus habitantes.

Empero, esta decisión trascendental  de las masas populares  se enfrenta a la diaria e infame manipulación noticiosa  de unos cuantos derrotados en cualquier posición, lugar o circunstancia  y, desde luego,  al espíritu de agresividad nazista  de las marionetas de la desteñida  derecha  y también de quienes abjuraron  de su posición progresista y  de izquierda  y ahora  se encuentran en concubinato monstruoso  con quienes los persiguieron y apalearon no  hace pocos años.

La acción  inmoral y tendenciosa  de los autodenominados medios de difusión independientes, “esos papeles  que en todo se meten”, como decía Alfredo Pareja, es de peculiar  cuidado , ya que parece consustancial a su conducta social, la media verdad, o simplemente  el escándalo insustancial y perverso siempre mirando hacia sus intereses sin jamás pensar en los humildes y desvalidos  o el progreso de la nación, y peor  aún la irrefrenable  quimera  de recuperar  su maloliente  pasado, dando cabida a quienes  ahora vociferan  la imposibilidad de que se cumpla el mandato popular en sus propias provincias, y en la práctica poniéndose fuera de la ley.

El triunfo eleccionario, en consecuencia, debe inducir  al diálogo nacional  para  que se cumpla  lo que la población por mayoría absoluta  decidió, las pláticas deben ser con todos, menos  con aquellos  que han secado la semilla de la virtud.

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