En el siglo anterior en 1902, Vladimir Uliánov, universalmente conocido como Lenin, publicó un ensayo ideológico-político magistral, en el que expuso las concepciones del quehacer revolucionario y de las opulencias y virtudes de la democracia socialista, expresiones y visiones de análisis fundamentales de situaciones y realidades concretas de cualquier país que lucha por cambios verdaderos en su estructura social.
El 7 de mayo pasado el pueblo ecuatoriano coronó una gran victoria electoral, como manifestación de sus ideales de justicia y libertad que lo han animado siempre. Una vez más en las urnas electorales, en ejercicio directo de su soberanía, ha ratificado la necesidad y la certeza de que un destino mejor y provechoso para todos es posible.
La propuesta de reformas sustanciales para el sistema de justicia -establecidas en la Constitución de Montecristi- y la consulta al soberano sobre otros temas destinados a modificar viejas y nocivas actividades contra la moral pública, han sido aprobados por altas mayorías ciudadanas, sustentando un respaldo muy importante al Gobierno del presidente Correa y solventando una victoria histórica e inobjetable de la patria ecuatoriana, en búsqueda incansable por mejores días para la totalidad de sus habitantes.
Empero, esta decisión trascendental de las masas populares se enfrenta a la diaria e infame manipulación noticiosa de unos cuantos derrotados en cualquier posición, lugar o circunstancia y, desde luego, al espíritu de agresividad nazista de las marionetas de la desteñida derecha y también de quienes abjuraron de su posición progresista y de izquierda y ahora se encuentran en concubinato monstruoso con quienes los persiguieron y apalearon no hace pocos años.
La acción inmoral y tendenciosa de los autodenominados medios de difusión independientes, “esos papeles que en todo se meten”, como decía Alfredo Pareja, es de peculiar cuidado , ya que parece consustancial a su conducta social, la media verdad, o simplemente el escándalo insustancial y perverso siempre mirando hacia sus intereses sin jamás pensar en los humildes y desvalidos o el progreso de la nación, y peor aún la irrefrenable quimera de recuperar su maloliente pasado, dando cabida a quienes ahora vociferan la imposibilidad de que se cumpla el mandato popular en sus propias provincias, y en la práctica poniéndose fuera de la ley.
El triunfo eleccionario, en consecuencia, debe inducir al diálogo nacional para que se cumpla lo que la población por mayoría absoluta decidió, las pláticas deben ser con todos, menos con aquellos que han secado la semilla de la virtud.