Esto lo saben los expertos en el comercio de la información: Siempre serán buen negocio programas de milagros y salvaciones, brujerías y curaciones, promesas, misterios y fantasmas. No importa que nada de lo que dicen pueda ser demostrado. Lo que importa es el miedo, esa materia prima de la cual están hechos los humanos y que los lleva a creer contra toda evidencia.
Ahora, con cámaras en todas partes, han pasado de moda las apariciones de figuras milagrosas y fantasmas. Y las sesiones de espiritismo, que erizaban la piel a los incautos, sufren tal desprestigio que harían reír a los niños de la era digital.
Pero hubo una época de estremecimientos y ante los espiritistas sucumbieron incluso figuras de la inteligencia. Uno de ellos, el famoso Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, el detective racional. Con su fineza de observador nunca descubrió que era engatusado por gente que, en algunos casos, apenas si sabía leer y escribir.
Y también su esposa lo engañaba. Pero en relación con los espíritus, claro. Ella, médium famosa, alguna vez invitó a casa al famoso mago Houdini, experto en hazañas y engaños con los que se ganaba la vida. La mujer propuso a Houdini un contacto con su madre fallecida. Al empezar la sesión, la médium, temblorosa, poseída por el espíritu de la madre de Houdini, dibujó una cruz y le habló para consolarlo.
Curioso: hablaba en inglés británico, del cual la señora, cuando vivía, no entendía una sola palabra y solo conocía el húngaro, su idioma natal. Houdini le hizo una pregunta en húngaro y ‘su madre’ no comprendió. Algo más: ella le dibujó una cruz como símbolo de fe, unión y consuelo. Pero era judía. Y, tercero: lo más importante para la madre de Houdini era el cumpleaños de su hijo, que lo celebraba con gran pompa y alborozo y, aunque era ese mismo día de la sesión, al espíritu de la madre de Houdini no se le ocurrió mencionarlo.
El espiritismo pululó en Estados Unidos y Europa, hasta mediados del siglo XX. La mortalidad infantil y las dos guerras mundiales habían sobrepoblado el mundo de los espíritus y llenaban el bolsillo de los embaucadores que se morían de la risa.
Solo en EE.UU., en el siglo XIX se llegaron a registrar más médiums que médicos. Lo más curioso es que, cuando algunos fueron descubiertos en sus patrañas, jamás vieron decaer ni su clientela ni su prestigio. Lo único inmortal, sin duda alguna, es la ingenuidad humana. (O)