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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

¿Qué dicen los brujos para el próximo año?

29 de diciembre de 2016

Dan ganas de llorar. En esta época, los medios públicos y privados son asaltados por bandas de agoreros, tele-embaucadores, brujos, profetas, lectores de los tiempos que vendrán, intérpretes de cartas y de cenizas del cigarrillo, de la forma de las nubes, y de toda cuanta melcocha irrespirable sale de sus cabezas. Dan ganas de llorar estos personajes, pero más ganas de llorar causan los entrevistadores, que ponen rostro de animal esotérico a punto de conocer todas las claves del misterio. Y es entonces cuando nos explican que para controlar el futuro son importantes, por ejemplo, un mantra oriental, una escoba, y el color de la ropa interior.

Un axioma reza que aquel que cree insensateces, terminará por cometer barbaridades.  Y la historia está llena de ejemplos, y lo seguirá estando.

Poco antes de la llegada del año mil, los brujos hablaron: Jesucristo, acompañado de sus ángeles, vendría el 31 de diciembre del año 999 a pedir cuentas. Y como la gente aceptaba lo de la  aguja y el camello, hubo ricos que dieron su riqueza a las iglesias para librarse de culpas. En pocos días, monedas, joyas, cosechas, tierras, casas y ganado, cambiaron de manos.

La noche del 30 de diciembre del año 999, nadie durmió. El aire se llenó de plegarias, confesiones, gritos de arrepentimiento y penitencias. Así transcurrió el día 31 de diciembre del año 999. Era el último día de la historia. En momentos, los cielos se desbordarían con resplandores apocalípticos para anunciar el fin. Los que entregaron sus riquezas esperaban felices los primeros golpes de trompetas angelicales. Pero no pasó nada. Llegó la noche del último día y -no se sabe todavía por qué razón--, no apareció nadie acompañado de nadie.

El 1 de enero del año 1000 fue de desconcierto total. La gente descubrió que la vida continuaba como todos los días, que tenían hambre, pero había una diferencia grande: No había nada para comer. Cuando intentaron recuperar sus pocas riquezas, los monjes respondieron: “Dar y luego reclamar, es cosa de Satanás”. Y el reino que llegó a Europa fue el del hambre. En Sussex, Inglaterra,  grupos de cincuenta o más personas se tomaban de la mano y se arrojaban por acantilados, para morir en la caída o ahogadas en el mar. Los arqueólogos encuentran que hasta esa fecha, el europeo promedio tenía buena estatura y dentadura sana. A partir de entonces, aparecen esqueletos más pequeños, frágiles y desdentados. La ingenuidad les arruinó la vida.

En ajedrez, como en la vida, la ingenuidad mata. Y otros son los que se retuercen a las carcajadas.

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