Con estas palabras, un grupo de jóvenes españoles de un prestigioso colegio mayor insultaron, la semana anterior, a las chicas de un colegio femenino. En la escena grabada en un video que ha circulado masivamente en redes sociales, se puede observar a un joven que grita desde su ventana: ¡Putas, salid de vuestras madrigueras como conejas, sois unas putas ninfómanas, os prometo que vais a follar todas en la capea! Le siguen decenas de chicos que empiezan a gritar y a dar golpes.
Seguramente estos chicos son parte del grupo de jóvenes que, en una encuesta realizada en España, sobre género y juventud, considera que las desigualdades entre hombres y mujeres no existen, que la violencia de género es simplemente una ideología y que la violencia hacia las mujeres no es un problema grave en la sociedad.
Irónicamente sus compañeras mujeres, tienen la percepción de que la violencia de género es un problema social muy grave.
Al igual que en España, en Ecuador la negación de la violencia contra la mujer es una realidad con la que convivimos a diario.
Con indignación muchos ecuatorianos hemos leído en las últimas semanas, mensajes que nos llegan a través de redes sociales. En ellos se comparte información sobre la vida privada de María Belén Bernal, la víctima de la Escuela Superior de Formación de la Policía Nacional. Se pretende responsabilizarla de su muerte. No se habla del asesino, ni se explora su perfil violento. De ella, se ha expuesto su vida como hija y madre. Hasta se publica su historia clínica, un documento privado que no podría hacerse público sin autorización expresa del paciente.
Se trata sin duda, de distraer la atención de los hechos para quitar la presión de la opinión pública sobre el asesino y sus cómplices. Los autores pensarán que así quizás los jueces serán más benévolos al juzgar.
Culpar a la víctima puede dar resultados. Total, está muerta y no puede defenderse. Con el tiempo la sociedad tiende a olvidar y hasta se convence que el asesino, ya sentenciado, es inocente. Apoya incluso campañas para liberarlo.
Mas allá de los últimos hechos coyunturales, negar la violencia de género y no poner atención a ciertos discursos que afectan los derechos de las personas es peligroso. Se torna más grave, para la sociedad, cuando este discurso negacionista lo comparten autoridades que, tratando de minimizar la crisis, bromean con la información, ofenden y lastiman a las víctimas.
Negar hechos y datos fácilmente verificables, manipular evidencias, inventar historias y presentarlas como verdades alternativas implica un riesgo para la vida de muchas mujeres.
La difusión de esta información falsa dificulta el análisis y el discernimiento de la verdad. Muchos se creen ese discurso y sin una pisca de cuestionamiento lo afirman y repiten por donde van, incentivando la violencia y el odio. La violencia de género no existe, es un invento de las feministas, oigo y leo con frecuencia.
Tras el bochornoso evento, el colegio español se ha disculpado, ha expulsado al cabecilla por falta grave y le ha dado 24 horas para que busque otro establecimiento. Se investiga la responsabilidad de otros.
Más allá de estas sanciones y ejercicios de reparación, lo especialmente doloroso es que esto, no es un comportamiento aislado. Allá, aquí y en otros países también hay una conducta que genera odio, atenta contra los derechos de las mujeres y además niega que exista violencia de género.
Hace falta educación sexual, basada en el respeto, a todo nivel. Hay que desterrar los discursos y los comportamientos que niegan la violencia. El Estado debe promover en escuelas, colegios y universidades, un amplio debate, sobre violencia de género y respeto en el que participen adolescentes y jóvenes. Son ellos los que mediante procesos de reflexión y dialogo, pueden cambiar estos comportamientos dañinos de la sociedad.
Hay que incentivar además en ellos el hábito de la verificación de la información que circula en redes sociales para que puedan desmontar los discursos falsos que niegan la lacerante realidad que vivimos.