Y es que el pueblo tiene la culpa de elegirlos. Esa fue la expresión de un político histórico de nuestro actual Ecuador, refiriéndose a la situación política y electoral que concluirá este siete de febrero cuando millones de ecuatorianos debemos concurrir obligatoriamente a las urnas, con virus y todo lo que entraña, porque de deber cívico pasó a ser obligación legal, aunque sea de paso decir, a los ecuatorianos nos encanta votar.
Pero además escuchamos al político experto decir, que los políticos tienen la culpa de engañar y de mentir. A confesión de parte, relevo de prueba, dice la conseja popular. Y de ahí que insistimos en preguntarnos ¿quién mismo tiene la culpa?, porque estamos frente a dos actores de un mismo proceso, es decir el político que quiere llegar a los estamentos del poder constituido, y por otro los que deben llevarlo a ocupar esos espacios.
En otras palabras y recogiendo la reflexión del actor de la política ecuatoriana, todos somos culpables del mal que vive el país, por lo tanto sería una especie de invitación a no participar en las elecciones. De otro lado, no es dable que a esta edad de la patria y en ese afán de justificar las malas acciones o las omisiones, se pretenda distraer la responsabilidad del político ecuatoriano en el proceso de construcción del estado nacional.
Hoy por hoy el Ecuador profundo no ha salido de su pesadilla que es la miseria, pese a los grandes momentos económicos que ha tenido y que fue el caldo de cultivo de la corrupción administrativa generalizada, en una década innombrable; la corrupción que también podríamos decir es la pandemia histórica que no nos permite crecer y a la que en estos momentos se suma la del COVID-19 que ha sido aprovechada por los malos ciudadanos para diezmar al pueblo ecuatoriano. Si el político candidato miente y el ciudadano que le da el voto es culpable porque se dejó seducir, ergo, la democracia no tiene sentido. Quizás no nos salgan con domingo siete y de una vez por todas nos arruinemos. (O)