Todos queremos una rápida cura para esta devastadora enfermedad. La ansiada cura está distante y apenas hay unos pocos medicamentos que, en casos severos, parecerían modificar el curso del padecimiento. Dos de ellos costosos y difíciles de obtener, productos de lo más avanzado de la ciencia biofarmacológica: el redemsivir -inhibidor de una enzima necesaria para la replicación del virus- y el tocilizumab –anticuerpo diseñado en contra de una proteína mediadora de la respuesta inmune, la interleucina 6-. El tercero, un medicamento conocido por décadas, la dexametasona, capaz de atenuar respuestas inmunes excesivas o anómalas. Ninguno es una cura pues apenas han demostrado que su uso ha reducido en algo la mortalidad o el tiempo hacia la recuperación. Los científicos de las mejores universidades y de los laboratorios comerciales y biotecnológicos del mundo trabajan febrilmente en la búsqueda de un medicamento eficaz y conducen estudios de fármacos ya existentes que pueden ser eficaces contra la enfermedad.
La ciencia médica que tenemos, aquella que ha permitido combatir las infecciones bacterianas más severas, curar algunos tipos de cánceres antes considerados incurables, tratar enfermedades autoinmunes devastadoras, esa ciencia, es producto de lo que llamamos el método científico. El método entraña la tarea de generar una hipótesis a base de elementos de conocimiento existente, diseñar experimentos que permitan avanzar en nuevos principios y establecer comparaciones controladas frente a placebos u otros tratamientos considerados como estándares. La puesta en práctica del método científico, el análisis estadístico de los resultados, la verificación de su significación estadística se constituye en evidencias y, entre ellas, en base a la contundencia metodológica, se las categoriza.
La pseudociencia, por otro lado, no utiliza el riguroso método científico, no conduce estudios comparativos y controlados, no está avalada por universidades o sociedades científicas y es frecuentemente, exaltada por charlatanes, con fines comerciales. La pseudociencia prospera por la fe, no por la razón. La pseudociencia medra en tiempos de crisis, miedo e incertidumbre.
El dióxido de cloro, como supuesta cura milagrosa del covid-19 es un ejemplo palmario de pseudociencia. Insólito que parlamentarios ecuatorianos y bolivianos lo enaltezcan así como una minoría de elementos de la jerarquía eclesiástica. No hay duda, el espíritu de Macondo nos envuelve. (O)
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