No se puede divisar aún si el presidente Donald Trump actúa por la desesperación que le acarrean las encuestas -que lo muestran aún lejos de Joe Biden-, o por convicción, cuando amenaza con inundar de agentes federales el país para reprimir las protestas antirracistas.
Por lo pronto, lo ocurrido en días pasados en Portland, Oregón, y las advertencias de las autoridades neoyorkinas de que recurrirán a la Justicia si el presidente insiste con enviar tropas, demuestra que los peores augurios de que siempre se aplican las mismas recetas cuando la situación social recrudece ya están ahí: amenazante como un monstruo de múltiples cabezas. Es como si un virus hubiese atacado, hace tiempo ya, la capacidad de formular políticas, de la misma forma que el coronavirus te deja sin olfato.
Cuando se carece de políticas sociales o bien, estas no son suficientes para contener la crisis, los gobiernos que se encuadran (o psicológicamente se ubican) en la derecha, apelan a la misma fórmula: la represión. La vieja receta del garrote en la era cibernética.
Para esta patología tampoco hay vacuna aún, pero como el mundo está o bien detenido o recuperando lentamente la marcha, son muchos los mandatarios que aún tienen la posibilidad de recuperarse de esa imposibilidad de aplicar recetas políticas para contener la crisis que sobrevendrá a la pandemia. Pueden tomar nota del colega Donald y entrar por otros caminos que salvaguarden, primero la paz social y después la recuperación macroeconómica.
Ya que no parece haber quórum para mínimos acuerdos globales en un hipotético comité internacional de crisis, habrá que arreglarse con lo que hay. Y lo que hay no es mucho ni en recursos económicos ni en materia gris. Aun así, hay que salir a ponerle el pecho (y no los escudos policiales) a la malaria.
El tiempo apremia, pero aún se puede definir un rumbo a tomar, plasmar ideas que se transformen en paliativos y, en lo posible, soluciones para evitar mayores carencias, el incremento de la pobreza y su resultado natural: la violencia.
Una tarea titánica si se tiene en cuenta que la pasividad intelectual es el virus que parece afectar a los agentes del poder. (O)