Los padres de Julito convivieron hasta que el niño tuvo 3 meses de nacido. Su nacimiento se adelantó varias semanas por uno de los múltiples actos de violencia psicológica que sufría su madre a manos del padre de Julito.
Cuando Julito tenía 6 años, en un día que regresaba de cumplir el régimen de visitas que había solicitado su padre, el niño no hablaba, estaba retraído, con los ojos llorosos y su carita manchada por las lágrimas.
A la hora del almuerzo, Julito y su mamá se sentaron a la mesa y ella notó que el niño estaba incómodo y que no podía permanecer sentado. Entonces el niño le contó que además de pegarle, su padre le había introducido los dedos en su parte íntima.
Relata la madre de Julito que para poner la denuncia tuvo que recorrer cinco diferentes instituciones y estuvo todo el día de un lugar a otro, “los funcionarios sin gota de empatía me tuvieron tonteando por horas”.
En la cámara de Gesell, Julito describió, con la ayuda de un muñeco, el abuso físico y sexual que sufrió. Pese a esta prueba contundente la fiscal se inhibió de conocer el caso y lo trasladó a Guayaquil, lugar donde sucedieron los hechos y donde reside el padre de Julito.
En Guayaquil la fiscal del caso no tomó en cuenta las pruebas que se presentaron, incluidos los resultados obtenidos a través de la cámara de gessel y además calificó la denuncia como maliciosa y temeraria; como consecuencia, se han retirado las medidas de protección que favorecían al niño y a su madre. Ella enfrenta la posibilidad de ir a prisión.
El depredador sexual empapeló sus muros de redes sociales con esta sentencia y ahora reclama régimen de visitas. Han pasado 2 años desde que Julito fue víctima sexual de su padre.
¿Cómo es posible que hasta la fecha Julito no haya recibido justicia y reparación y que más bien se lo haya involucrado en un proceso revictimizante, que en lugar de protegerlo, lo pone en peligro, vulnerabilidad e indefensión?, ¿a quién realmente protege y prioriza la justicia? (O)