Las promesas son sagradas, menos para los políticos ecuatorianos, pues les domina un sistema de baja responsabilidad, donde da lo mismo hacerlo bien o hacerlo mal.
Y es que en nuestro pequeño país disminuido moralmente por las acciones y omisiones de la clase política, la palabra del político es una palabra hueca que nos ha llevado justamente en estos momentos a la crisis institucional profunda que está viviendo desde hace algunos meses y que en estos días se ha evidenciado aún más, pese a que teníamos los ecuatorianos la esperanza que con nuevas elecciones y nuevos actores políticos el país de Manuelito iba a cambiar. Ergo, al parecer hemos cambiado de collar al perro.
Y claro como dijimos en otro momento, forma parte de esta crisis la metida de mano a la justicia y que se vuelve a reeditar ahora cuando un juez de una parroquia que está a cientos de kilómetros del lugar de detención del dos veces vicepresidente y dos veces condenado, concede un habeas corpus y lo libera en un santiamén, pues no hay explicación que valga para el ciudadano de a pie, aunque leguleyadas ya se han escuchado.
La clase política ecuatoriana ha tocado fondo y ha llevado a la desinstitucionalización del país de tal suerte que la justicia no se ha podido escapar de la crisis, pues la credibilidad del sistema de justicia deja mucho que desear, siendo más elocuente en el campo penal que es el rostro más visible de la administración de justicia y en la que se incluyen jueces y Fiscalía General del Estado. Y todo ello porque es evidente la metida de mano a la justicia cuando el poder político se sirve de la justicia y ésta le hace la venia porque la independencia de la justicia es una quimera.
En el marco de lo que estamos viviendo y para la reflexión, algunas sentencias de Otto von Bismark -el político unificador de Alemania- nos caen como anillo al dedo, como aquella que nos enseña, que “Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería” o esta otra que dice “El político piensa en la próxima elección; el estadista en la próxima generación”; de ahí que las promesas son sagradas, menos para los políticos ecuatorianos. Y en el destino de la patria no hemos tenido estadistas sino encantadores de serpientes, con algunas excepciones.
Todas las voces se alzan y todas están dirigidas hacia la consulta popular frente al desencanto de la clase política de turno que ha defraudado al pueblo. Y es que vamos de tumbo en tumbo, pero la esperanza es lo último que se pierde reza la conseja popular, con el riesgo de que volvamos a tropezar dos veces contra la misma piedra.
Es preferible una mala democracia que una buena dictadura; sin embargo, la clase política a la que se le encomienda los destinos de la patria debe tener otra esencia sin que ello quiera decir ser excluyentes ni antidemocráticos. Y en ese norte el mal llamado “Código de la Democracia” confeccionado en un momento histórico que apuntaba a la perpetuidad en el poder debe cambiar urgentemente, pues no nos pueden imponer a los electores a candidatos faltos de preparación, improvisados y que a la vuelta de la esquina se convierten en depredadores de la dignidad nacional pues “piensan” y actúan de acuerdo a sus intereses o del partido o movimiento político que los aupó al margen de lo que el pueblo quiere. Entonces el viejo político alemán tuvo la razón cuando dijo: "Con las leyes pasa como con las salchichas, es mejor no ver como se hacen".